viernes, 18 de noviembre de 2016

Máximo Gómez frente a la ocupación militar de Estados Unidos: ¿pasividad o estrategia política?

Por: Yoel Cordoví Núñez

 El 10 de diciembre de 1898 quedó firmado el tratado de paz acordado en París entre España y Estados Unidos. Al igual que lo sucedido en el protocolo de paz, suscrito en Washington al concluir las hostilidades, no se mencionaba la independencia de Cuba. La crítica situación suscitó que el general dominicano-cubano Máximo Gómez Báez, hasta ese momento atento al desenlace de los acontecimientos, en carta enviada a Edmond S. Meamy desde Yaguajay, manifestara sus criterios sobre la conducta “dudosa” de “los hombres del Norte”:




… Primero, contemplando indiferente por largo tiempo el asesinato de todo un pueblo, y segundo, y a la postre cuando se determinaron a intervenir en la cuestión y suprimir el verdugo, ya exánime el Pueblo, se le cobra el tardío favor con la humillante ocupación militar de la tierra sin un  motivo racionalmente justificado. De aquí que aunque la soberanía de España es verdad, que ha desaparecido de Cuba, no es aún libre el cubano ni independiente la tierra después de tanta sangre derramada.[1]

A partir del 1ro de enero de 1899 dejaba de existir oficialmente la soberanía española, a la vez que se hacía cargo de Cuba el Gobierno de Ocupación Militar.  La fórmula empleada en las nuevas circunstancias, según Máximo Gómez, no podía estar sustentada en la violencia. En misiva cursada al general José María Rodríguez develaba los planes hegemónicos de Estados Unidos. Las autoridades interventoras buscaban propiciar un clima de inestabilidad interna: “…para que nuestra actitud le sirva de pretexto para apoderarse de una vez de Cuba”.[2]  En tal sentido, aconsejaba al pueblo cubano la necesidad de tener, “cuidado, tacto exquisito y mucha previsión” en esos  momentos históricos”.[3]

Los historiadores que se acercan al tema muchas veces no se explican por qué Gómez reservó para su Diario de campaña sus impresiones sobre “el gran negocio”, que entendía significaba la actitud del “poder extranjero” con “su tutela impuesta por la fuerza”.[4]

La consulta y el procesamiento de la valiosa documentación existente en el fondo personal de Máximo Gómez, atesorada en el Archivo Nacional de Cuba, permiten un enfoque mucho más certero acerca de su pensamiento y praxis en tan complejo contexto. La orientación principal del accionar del Generalísimo durante el período de ocupación (1899-1902) pudiéramos definirla en términos de estrategia política, cuya principal premisa consistió en establecer en un plazo breve la República de Cuba. Esta idea respondía a las disposiciones de las autoridades estadounidenses que condicionaban su retirada al establecimiento de un gobierno propio con capacidad de regir su destino. En tal sentido, materializar el ideal republicano del viejo guerrero era una forma de poner coto a la presencia indefinida de Estados Unidos en la Isla.

Preocupación por el futuro de Cuba


El primer paso importante dado por el General fue la comunicación dirigida, el 6 de enero de 1899, al presidente y demás miembros de la Comisión Ejecutiva de la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana reunida en la finca “El Carmen”, Marianao.  En ella expresaba su preocupación por el futuro de Cuba, así como la necesidad urgente de convocar a una sesión “para considerar la situación y determinar a seguidas la constitución de la República de Cuba”.  De existir algún obstáculo impuesto por el gobierno interventor, declaraba: “…orillemos aquellos hasta conjurarlos y no levantemos manos de la obra hasta tanto dejarla terminada”.[5]

Lo que de hecho representó el primer intento de fusión de los pilares revolucionarios no llegó a concretarse en la práctica.  El 11 de enero de 1899, la Comisión Ejecutiva presidida por Rafael María Portuondo, respondió al mensaje de Gómez asegurándole que no tenía motivos para dudar de los actos de las autoridades norteamericanas. Incluso, auguraba “una intimidad tan grande de relaciones” que abreviaría la retirada de las tropas.[6]

El segundo momento en el accionar político de Gómez tuvo lugar a finales del primer año de la ocupación. Luego de fracasados sus intentos ante los miembros de la Asamblea de Representantes se dio a la tarea de contactar con determinadas figuras de ascendencia en sus respectivas localidades, en su mayoría procedentes de las filas del Ejército Libertador. Por medio de la correspondencia cruzada diariamente hacia y desde las más diversas zonas del país, el General orientaba los pasos a seguir en la realización del “anhelo supremo de Patria Soberana, decorosa, independiente y feliz”.[7]

Tales indicaciones tuvieron su punto culminante en los últimos meses de 1899, cuando ordenó a Antonio González Acosta remitirles a los ayuntamientos de toda la Isla, previamente elegidos por el voto popular, un manifiesto redactado en la Quinta de los Molinos. El documento estipulaba la convocatoria para una Asamblea General que procedería inmediatamente al nombramiento de la Convención Nacional por sufragio directo.[8]

González Acosta, por su parte, lamentaba no haber cumplido la orden, a causa de un mensaje del presidente norteamericano William McKinley que contrariaba lo estipulado en su manifiesto. Gómez solo se limitó a contestarle: “… Despache V. todo, no importa que el Presidente de los EE.UU. no piense de igual modo que nosotros, pero la verdad es como toda verdad justa y clara que los amos de la tierra son los que deben disponer e intervenir en los negocios de su propia casa…”[9]

Para que la república que se estableciera funcionara de acuerdo con los preceptos de Gómez debía, desde sus raíces, buscar la unidad de todos los elementos dispuestos a mantener la vigencia del legado independentista, a su juicio, único modo de “salvar a este País lo más pronto, de la tutela que se nos ha impuesto”.[10] La unidad y la concordia, que durante la guerra pregonara el estratega como el medio rápido y eficaz de poner fin a las hostilidades y establecer la república cordial a la que aspiraba José Martí, mantuvo en lo esencial el mismo significado al firmarse la paz, solo que las adaptó a las exigencias del nuevo contexto histórico.

Esa política unificadora no constituía un elemento abstracto dentro de la estrategia de Gómez. La multiplicidad de clubes, partidos y otras organizaciones que surgían no era más que una de las manifestaciones en la que se expresaba el fraccionado independentismo.

La mayoría de las veces el único vínculo entre los “Partidos de coge a quien puedas y dime donde hay”,[11] era el origen de sus miembros, en tanto los criterios que defendían mostraban una heterogeneidad de matices que imposibilitaba cualquier intento de fusión. La gravedad de la situación se la transmitía al general Francisco Sánchez en los siguientes términos:

Es decir que fue necesario un Weyler para mantenernos unidos, porque en presencia de aquel monstruo todo el mundo comprendió que la desunión pudiera perdernos, y se aparenta ahora ignorar que estamos en frente de otro peligro mayor.[12]

Unidad y concordia en el centro de su accionar político


Desde luego, la política de unidad y concordia fue un factor dinámico en su accionar político. La concepción de la misma ganó en precisión en la medida que aquellos elementos opuestos al movimiento de liberación nacional, ocupaban un espacio importante en la Cuba de inicios del siglo XX. Los trabajos unificadores del Generalísimo, apoyados por grupos provenientes del campo independentista, coincidían con algunas gestiones realizadas por él ante el gobierno interventor.

Tales gestiones en modo alguno se redujeron a la mera solicitud de cambios administrativos. Las posibles modificaciones en manos de los jefes estadounidenses no conllevarían a transformaciones sustanciales. Por consiguiente, las declaraciones al primer gobernador militar de la Isla, el general John Brooke fueron precisas, el conocimiento que tenía Gómez “de los hombres capaces de dirigir la cosa pública” lo ponía en condiciones “de poder indicar las  personas que han de sustituir a las aludidas”.[13]

Citemos, a manera de ejemplo, la carta al general William Ludlow con fecha 15 de abril de 1899. En el documento Gómez recomendaba a Néstor L. Carbonell, veterano de la Guerra de los Diez Años, para que ocupara un puesto en su administración. Aludía para ello a su capacidad como editor y también a “sus condiciones como patriota”.[14]

Este proceder tuvo lugar entre 1899 y mediados del año siguiente. Tras celebrarse los primeros comicios municipales, el general Gómez centró su atención en las personas elegidas para cargos importantes en la administración del país. Mediante ellos comenzó a colocar en los puestos públicos a individuos de probada trayectoria revolucionaria. El fundamento de esa labor quedó resumida en la correspondencia dirigida al general Francisco Carrillo, a mediados de 1900: “… me he puesto de pie firmes, con Espada en mano, a las puertas del templo sagrado de las libertades cubanas, para impedir que se introduzcan en él los mercaderes de oficio…”.[15]

Las alcaldías fueron un centro clave en sus labores.  En las cartas dirigidas a los alcaldes de la Habana, Alejandro Rodríguez Velasco y, posteriormente, Miguel Gener y Rincón, les orientó a los individuos que, a su entender, debían ocupar los cargos públicos del país. Procuraba así la máxima representación de los partidarios de la independencia dentro del conglomerado de tendencias que buscaban ocupar un espacio en la base de lo que sería el futuro edificio político republicano.

Para esta labor se apoyó también en hombres de su entera confianza como el general Bernabé Boza, alcalde municipal de Santa María del Rosario y Fernando Figueredo, Subsecretario de Estado y Gobernación durante el gobierno de Brooke.  En una de sus misivas a este último, fechada el 26 de septiembre de 1901, le solicitaba un puesto para Francisco Arredondo Miranda, y advertía: “… de esos hombres así es que se debe formar la base de la República”. La respuesta de Figueredo no se hizo esperar, y en la misma misiva anotaba: “Esta es una orden, por mi parte será cumplida”.[16]

Entre los problemas comprendidos en lo que él denominó “política salvadora de los intereses nacionales cubanos”, aparecen sus gestiones por el establecimiento de las Milicias Cubanas. De acuerdo con sus ideas, esta institución consistiría en un cuerpo armado compuesto, aproximadamente, por quince mil hombres que, según sus palabras, harían “innecesaria la intervención de las tropas americanas y de la misma Guardia Rural”.[17]

Según los planteamientos de Gómez al Gobernador de la Isla, el cuerpo armado permitiría eliminar el bandolerismo que tenía su origen “en la miseria y el descontento y por modo alguno en la manera de ser del pueblo de Cuba”.  Con la garantía del orden público, la sociedad cubana podría demostrar que era capaz de regir de manera ordenada su propio destino, así como de ejercer “todas las prerrogativas”, además de cumplir con “las obligaciones inherentes a la condición de Nación independiente”. [18]

Ciertamente, la desintegración del aparato militar en aquellas circunstancias facilitó en gran medida los planes de dominación proyectados por la administración de Estados Unidos. No obstante, no fueron los deseos del general Gómez, sino las condiciones objetivas del momento, las que propiciaron la precipitación de un hecho irreversible.  Para el General en Jefe no bastaba, y así lo trasmitía a sus hombres, con la afirmación del Congreso norteamericano para alcanzar la independencia, era necesario “que el pueblo cubano organizado o sea, el Ejército Libertador, esté en pie reclamando la promesa”. De lo contrario afirmaba: “…sería traicionar a la patria, en el momento decisivo de su triunfo”.[19]

Sin embargo, el hambre, la miseria, el cansancio y la labor divisionista de algunos oficiales, unido a la impronta potencialmente desestabilizadora del gobierno interventor, llevaron al Ejército Libertador a su desmembramiento y posterior disolución. Pero de ello no fue responsable el General en Jefe, cuyas concepciones eran contrarias a tal decisión. El Generalísimo fue privado, por factores de muy diversa índole, de “su” ejército, nunca renunció a él.

¿A dónde se había llegado?


Los historiadores que generalmente plantean la existencia de una actitud pasiva de Máximo Gómez frente a la ocupación norteamericana coinciden en afirmar que, al inaugurarse la república el 20 de mayo de 1902, pudo ver realizados sus sueños “con emoción cándida”. Parece que todo quedaba resumido en una frase: “Ya hemos llegado”.

¿A dónde se había llegado?, es la pregunta que se impone cuando se consideran los posibles motivos que inspiraron esas palabras, extraídas de los testimonios del doctor Gustavo Pérez Abreu. Ciertamente la república, al margen de su carácter mediatizado o neocolonial, se había instaurado y con ella se cumplía el fin estratégico de su accionar encaminado a evitar la anexión o “el naufragio de la nave”, como él la llamaba, durante el período de ocupación.

La expresión no significa, empero, que el General hubiera estado de acuerdo con las bases de la república. Desde el mes de febrero de 1901, condenaba, en carta a la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió, la orden militar que disponía la elección de los delegados a la Convención Constituyente, encargados de redactar la Constitución, y como parte de ella acordar las relaciones que habrían de existir con Estados Unidos.  Según Gómez: “Eso de “ordeno” y eso que la convención deje como Principio Constitucional (eterno) la base de las relaciones políticas entre Cuba y los EE.UU., me parecen un par de esposas”.[20]

Cuando al mes siguiente el Presidente norteamericano sancionó la enmienda elaborada por la fracción republicana encabezada por Orville H. Platt, para ser presentada al Senado y agregada a la Constitución de la República de Cuba, Máximo Gómez, en carta a María Escobar, le manifestaba sus impresiones sobre el hecho: “Cuba será constituida en República, pero con la libertad e independencia que le permita la Ley Platt”.[21]  En otro momento, al referirse al mismo asunto, señalaba en la intimidad de sus escritos:

Con la intervención armada de los EE.UU. en la guerra de independencia es indiscutible que Cuba, al inaugurar la República, ha quedado tan íntimamente ligada así en lo político, como en lo mercantil a la Gran República Americana, que casi y sin casi vienen a constituir tan fatal o fortuita intimidad, un cúmulo de obligaciones, que han hecho de su independencia un mito…[22]

“Y como si el hecho histórico no valiera nada -añadía- ahí tenemos la Ley Platt, eterna licencia convertida en obligación para inmiscuirse los americanos en nuestros asuntos”.  De ahí el fundamento de sus confesiones al puertorriqueño Sotero Figueroa sobre la necesidad de salvar lo mucho que quedaba de la revolución redentora: “su Historia y su Bandera”.  De no ser así, advertía:

…llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee.[23]

Indudablemente, Máximo Gómez, sin llegar a ser un teórico del fenómeno imperialista, puesto que ni su formación ni época se lo permitían, presentó una concepción bastante nítida sobre los problemas que se precipitaban en el entorno cubano. No en vano aducía, como preocupante fundamental en aquellas circunstancias, el hecho de no encontrar “en el seno de nuestra República de mañana otras fuerzas que oponer a las fuerzas avasalladoras que como ley fatal han de ejercer los americanos en América”.[24]

La condena de Máximo Gómez a los mecanismos de dominación impuestos por el gobierno de Estados Unidos no llegó a trascender sus escritos. A su entender, y en eso fue muy explícito, afrontar la situación por medio del enfrentamiento armado con la nación norteña hubiera sido visto por el mundo como “el quijotismo más ridículo”. Como expusiera en su “Porvenir de Cuba”, para evitar esa situación se imponía recurrir a un recurso “absurdo” y “contraproducente” para los intereses de la revolución: “Para la lucha en el campo de las revoluciones, no contamos con ninguna de las ventajas que ellos poseen y, puede decirse, que la lucha es en extremo desigual”.[25]

Más bien sus cartas a determinadas figuras, así como sus escritos íntimos, siempre fueron el desahogo de los sentimientos y las pasiones de un hombre que en su intensa vida no acostumbró a expresar públicamente sus verdaderas emociones. En tal sentido, podemos encontrar con frecuencia numerosas expresiones que, de no ser asumidas en el contexto en que fueron pronunciadas y bajo las condicionantes emocionales expuestas, nos harían pensar que el Viejo”, cansado de los avatares de la política cubana, procedería a retirarse tranquilo a Santo Domingo en compañía de su familia.

Más que proceder a un juicio apresurado llevado por el contenido o el mensaje trasmitido, se impone hurgar en la historia e interrogarla si se quiere. La respuesta no puede ser otra que al margen de las declaraciones, en ningún momento Gómez dejó de asumir posturas políticas ante los acontecimientos del país, aun en los más delicados. Su activa participación en las campañas presidenciales ―tanto en la promoción de la candidatura Estrada Palma- Masó, como posteriormente en su oposición a la reelección estradista― sus consejos al pueblo, fuesen mediante proclamas o de forma directa, sus gestiones muchas veces encubiertas encaminadas a preparar el futuro edificio republicano de acuerdo con sus concepciones, hacen cuestionar la pasividad y mucho más el manido complejo de extranjero que le han sido atribuido en muchas ocasiones.

De nada valdría buscar un pronunciamiento público que incitara a la lucha contra una situación que siempre consideró injustificada. Sin embargo, la cautela no debe confundirse con pasividad, ni mucho menos con candidez. Máximo Gómez actuó en circunstancias extremadamente complejas en las cuales, ante las posibles variantes de solución a la situación existente, asumió aquella que creyó más conveniente para el establecimiento y conservación de una república independiente, y en consonancia se proyectó.

Citas:
[1]. Máximo Gómez: “Carta a Edmon S. Meamy”, Yaguajay, 20 de diciembre de 1898, en Gonzalo de Quesada y Miranda: Archivo de Gonzalo de Quesada. Documentos históricos, Editorial de la Universidad de La Habana, 1965, pp.496-497.

[2]. Máximo Gómez: “Carta a José María Rodríguez”, Jinaguayabo, 14 de enero de 1899, en Archivo Nacional de Cuba (ANC): Fondo Máximo Gómez, legajo  22 No. 3011.

[3]. Máximo Gómez: Dos palabras de consejos a mis amigos cubanos, Calabazar, 20 de agosto de 1900, en Bernabé Boza: Ob. cit., p.310.

[4]. Máximo Gómez: Diario de Campaña, 8 de enero de 1899, pp. 424-425.

[5]. Máximo Gómez: “Carta a la Comisión Ejecutiva de la Asamblea de Representantes”, 6 de enero de 1899, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, Legajo 20, No. 2872

[6]. Carta de la Comisión Ejecutiva a Máximo Gómez, 11 de enero de 1899, en Joaquín Llaverías y Emeterio Santovenia: Actas de las Asambleas de Representantes y del Consejo de Gobierno, durante la Guerra de Independencia, t. VI, Imprenta El Siglo XX, La Habana. 1932, pp. 35-36

[7]. Máximo Gómez: “Carta a Pedro E. Betancourt”, 24 de abril de 1899, en ANC.: Fondo Máximo Gómez,legajo 20, No. 2892.

[8]. El Manifiesto convocaba a una Convención Nacional, “donde se manifestara las legítimas aspiraciones del pueblo de Cuba” y respondiera a los ideales de independencia por los que se había luchado. Véase el texto del “Manifiesto al pueblo de Cuba”, firmado por Máximo Gómez, Arturo Ramoneda, Eduardo González, Antonio González, Enrique Messonier y Jorge Lacedonia, en J. Buttari Gaunaurd: Boceto crítico histórico. Obra escrita en cuatro etapas, Editorial Lex, La Habana, 1954 y la carta de Antonio G. Acosta a Gómez con fecha 13 de diciembre de 1899, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 21, No 2915.

[9]. Máximo Gómez: “Carta a Antonio G. Acosta”, 1 de enero de 1900, en ANC.: Fondo Máximo Gómez,legajo 21, No. 2915.

[10]. Máximo Gómez: Diario de Campaña, 8 de enero de 1899, p. 423.

[11]. Así denominaba un articulista del periódico La Lucha a los partidos políticos formados en el país. Ver el ejemplar con fecha 28 de febrero de 1900.

[12]. Máximo Gómez: “Carta a Francisco Sánchez”, Calabazar, 14 de agosto de 1900, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 22, No. 3050.

[13]. Ídem.

[14]. Máximo Gómez: “Carta a William Ludlow”, La Habana, 15 de abril de 1899, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 20, No. 2892.

[15]. Máximo Gómez: “Carta a Francisco Carrillo”, Calabazar, 30 de agosto de 1900, en Hortensia Pichardo: Máximo Gómez. Cartas a Francisco Carrillo, Editora Política, La Habana. 1986, p.271.

[16]. Máximo Gómez: “Carta a Fernando Figueredo, 26 de febrero de 1901, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 29, No. 3772.

[17]. Máximo Gómez: “Carta a John Brooke, 7 de mayo de 1899, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 21, No. 2904.

[18]. Ídem.

[19]. Citado por Orestes Ferrara: Mis relaciones con Máximo Gómez, Molina y Compañía, La Habana, 1942, p.200.

[20]. Máximo Gómez: “Carta a Lola R. de Tió, 12 de febrero de 1901, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 2, No. 2927.

[21].  Máximo Gómez: “Carta a María Escobar”, Calabazar, 24 de marzo de 1902, en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 29, No. 3781.

[22]. Máximo Gómez: “Porvenir de Cuba”, (s/f), en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 22, No. 3081.

[23]. Máximo Gómez: “Carta a Sotero Figueroa”, 8 de mayo de 1901, en Emilio Rodríguez Demorizi: Papeles dominicanos de Máximo Gómez, Editora Montalvo, República Dominicana, 1954, p.396.

[24]. Ídem.

[25]. Máximo Gómez: “Porvenir de Cuba”, (s/f), en ANC.: Fondo Máximo Gómez, legajo 22, No. 3081.


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