lunes, 6 de junio de 2016

Comprometidos… ¿sin compromiso?


Autor: Neida Lis Falcón, Alma Mater



Fotos: Ilustración de Yaimel





«Conmigo pueden contar para lo que haga falta, pero no quiero ser militante», «Agradezco el reconocimiento, pero creo que no cumplo los requisitos», «En este momento, tengo otras prioridades»… Son argumentos que con frecuencia esgrimen quienes se niegan a ingresar a las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) o a transitar de estas hacia las del Partido Comunista de Cuba (PCC). Aunque sus compañeros descubren en ellos condiciones para militar en alguna de las dos organizaciones políticas, «urgencias cotidianas» les impiden aceptar lo que para otros constituye la más alta aspiración.



La tendencia a procesos de ­crecimiento con resultados muy por debajo de las expectativas alcanza incluso centros y entidades tradicionalmente caracterizados por altos niveles de incorporación. El tema ­requiere entonces análisis profundos y realistas. Un debate, sin prejuicios ni cortapisas, es necesario, si se quiere descubrir las causas del fenómeno.


Abocada a ese empeño, con más fuerza desde su X Congreso, la UJC propicia encuentros que dan continuidad al magno evento. Llama a la práctica transformadora, a la constante revisión y mejoramiento de sus métodos y estilos de trabajo. Orienta estudios científicamente avalados y, sobre todo, busca dinámicas más atractivas y cercanas al universo juvenil, donde interactúan los potenciales militantes.


Acercarlos a una organización que en principio, y por principios, agrupa a la vanguardia juvenil, es el primer paso. Es ahí donde los comités de base, como célula básica de la UJC, tienen su reto. Cuando las reuniones se convierten en espacios de intercambio real. Cuando cada militante se siente libre para expresar sus opiniones y disentir de otras, incluso mayoritarias, sin temor al cuestionamiento de sus valores e ideología, la cita cumple su cometido. Supera los marcos, a veces demasiado estrechos, del acta y del orden del día.


El enriquecimiento ideológico que generan estos encuentros es mayor además si los conducen dirigentes atentos, abiertos al diálogo y a la polémica productiva. Rechazar verticalismos que niegan el necesario consenso colectivo, es un ejercicio pendiente aún para muchos cuadros. Contar con la militancia para elegir los temas políticos es algo más que sugerir. El pensamiento, la creatividad, también se educan. La mejor forma de alejar pasividades es propiciar la participación real.


El mundo vive una crisis de la que Cuba no escapa. Las escaseces materiales conducen muchas veces a carencias o concepciones morales, en pos de satisfacer demandas cotidianas. Los jóvenes de hoy reciben el bombardeo constante de una sociedad de consumo que, por vías diversas, introduce en la Isla sus tentáculos. Vestir a la moda, tener un celular, (mientras más inteligente mejor), una laptop o una tableta, son apenas algunas de las ­aspiraciones más comunes, de muchachas y muchachos que inevitablemente, se parecen a su tiempo.


Sobre los hombros de esa juventud, o de esas juventudes, para ser plurales, descansa también una sociedad cada vez más envejecida. Para muchos estudiar, trabajar y superarse profesionalmente, va paralelo al cuidado de ancianos, de niños pequeños o al pluriempleo, al ser el único sostén económico de la familia.


Es lógico entonces que aparezcan premuras personales, a veces en contraste con las sociales. La holgazanería espiritual, el desgano ante aquello que convoca a ser algo más que «Yo», ni siquiera son exclusivos de nuestro ­entorno. Tampoco resultan inexplicables en edades que se caracterizan por un marcado interés en sí mismos, por afanes de autonomía y una defensa, a ultranza, de la total independencia individual. Pero a Cuba le sobran ejemplos de cómo esta supuesta apatía es vencida a diario por miles de jóvenes que entregan lo mejor de sus ­conocimientos y entusiasmo a tareas de impacto social dentro y fuera del país.


Las claves para atraer hacia la UJC a esa juventud verdaderamente revolucionaria y no a quienes ven el ingreso con ojos oportunistas, están, primero, en la ejemplaridad de los que ya militan en la organización y de sus dirigentes.  Así será cada vez más pequeña la brecha entre la imagen prestigiosa del joven comunista y la aspiración concreta de quienes portan el carnet o podrían recibirlo. También ayudará a desterrar la supremacía de la crítica sobre la ­autocrítica, que igual daño hace a quienes la ejercen como a quienes la sufren.


Se respeta lo que se conoce. Y mucho puede hacerse aún por dar a los militantes el lugar que merecen en su centro de estudios, de trabajo y en la comunidad. Cuántas veces se omiten logros, premios o reconocimientos alcanzados por estos en eventos o concursos de diversa naturaleza, como si ese estímulo moral no fuese necesario para ellos y hasta inspirador para los demás miembros del colectivo.


Ser jóvenes comunistas es mucho más que asistir por disciplina a reuniones y actividades, en ocasiones mal preparadas, impuestas, o de excesiva formalidad. Estrechar los vínculos con las organizaciones estudiantiles o gremiales puede acortar el recorrido hacia un accionar conjunto, que permita racionalizar los recursos materiales y también el tiempo libre de jóvenes ansiosos por bailar, acampar, escalar, compartir con su grupo y enamorar, como les toca por derecho propio.


Ofrecer fórmulas mágicas no es la pretensión de estas líneas. Tampoco ignorar estatutos, normas y misiones específicas que a la UJC le corresponden.


Respetar el principio de voluntariedad en cuanto a filiación política, o de cualquier índole, al que pueden acogerse las personas, es elemental y justo. Cantidad y calidad no siempre van de la mano. Por tanto, vale revisar qué le falta o qué debe cambiar la organización para crecer no solo en miembros, sino también en las condiciones de su militancia, para lograr que a sus filas arriben, desde la convicción más profunda, solo los jóvenes verdaderamente comprometidos.



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