En las circunstancias actuales de Cuba y del mundo, el interés por buscar y encontrar formas renovadas de hacer posibles los anhelos históricos y contemporáneos del país constituye un empeño de diferentes actores, colectivos y personas con vocación por pensar la nación sin desconocer sus diversidades. Esa voluntad plantea desafíos de diferente orden; quizás uno de los más grandes es el de repensar las necesidades de debate que, desde diferentes espacios, tributen a un mayor y mejor entendimiento de los presentes y los futuros plausibles y deseados. Con el propósito de contribuir con ello, Cuba Posibleha invitado a intelectuales cubanos a reflexionar sobre la necesidad de debate, y sus mejores caminos, en el actual contexto nacional. Estas son solo algunas voces de las muchas que pueden encontrarse en Cuba, que acompañan y construyen ideas y propuestas para nuestro país.
En esta entrega, compartimos los criterios del sociólogo y pensador Aurelio Alonso, Premio Nacional de Ciencias Sociales.
1. ¿En qué medida la política cubana actual identifica la necesidad del debate sistemático y público de nuestros problemas? ¿Escucha propuestas para solucionarlos?
Como sucede ante casi todos los problemas que confrontamos, la respuesta afirmativa o negativa en términos absolutos se haría simplista, y las dos se alejarían por igual de la realidad. Los espacios de debate para intercambiar criterios sobre los problemas de nuestra sociedad, y sobre temas teóricos que la trascienden, si bien resultan decisivos en la definición de caminos y opciones, se muestran todavía insuficientes, cargados de trabas e incomprensiones que debieran estar superadas. Aunque –hago un paréntesis— sería erróneo pensar que alguna vez desaparecerán las dificultades, y que la óptica política podría dejar de ser restrictiva del todo hacia el disenso teórico, ya que incluso en el seno mismo de la esfera de toma de decisiones creo sano que se reflejen mejor las diferencias y la discusión cuando se confrontan puntos de vista, como se supone que suceda. La unidad es señal de salud política, pero la uniformidad no puede serlo.
A pesar de lo dicho, se hace evidente también que esos espacios son hoy mayores que hace diez o veinte años. No hay que verlo como un incremento lineal, pero hoy se cuenta con mayor libertad, en los medios intelectuales y más allá de ellos, para disentir de posturas oficiales, o impropiamente oficializadas, que obstaculicen el debate. En general, mejoran las actitudes para reclamar el respeto del otro, reciprocándolo, cuando afloran las diferencias. Tampoco afirmaría que hayamos llegado a un punto en que el pensamiento crítico pueda ejercerse y difundirse exento de presiones, políticas o sociales, cuando discrepa del discurso político reconocido. En unos casos por celo oficioso, pero en otros por simple superficialidad. Aclaro una distinción que hice: considero presiones políticas la sanción o la condenación explícita, una limitación abierta, el cierre de una revista, una acusación injusta o parcial, por ejemplo. Además, el rechazo a ser publicado, la proscripción para disertar en el aula, para participar en debates, la exclusión profesional, las restricciones para ejercer con espontaneidad una iniciativa de asociación dentro de las proyecciones mismas de la transición socialista, y las campañas contra el prestigio del oponente, se den al amparo de una autoridad o se produzcan entre simples polemistas, prefiero calificarlas de presiones de carácter social y creo que ponen de manifiesto la dimensión cultural de deformaciones autoritarias que no han quedado atrás.
Considero que los cubanos hemos vivido décadas de tensión entre la lealtad al proceso de construcción socialista y la aceptación obligada de posturas canonizadas indebidamente. Nos sometimos a prolegómenos extraídos, como matriz, de lecturas fundacionales y de una metabolización ajena, como si fuesen verdades universales. El debate mismo sobre los espacios de debate –que es lo que intentamos hacer aquí en minúscula contribución– todavía es un camino con mucho trecho a seguir. A veces quisiera creer que hemos superado más, pero me sorprendo a cada rato con muestras palpables de intolerancia, veo más descalificación que polémica, y desechar argumentos sobre asuntos puntuales por invectivas contra el contendiente, incapacidad para razonar sobre lo expuesto por el otro y, por supuesto, de admitir que el otro pudiera tener razón. Esto último parecería descartado de entrada. Esa incomunicación se hace más sensible cuando se analiza desde la perspectiva generacional, asunto que no ha sido estudiado o, al menos, debatido a profundidad. La escala vigente de aceptación de propuestas está sometida a una regimentación estricta en tanto se despliega básicamente sobre postulados salidos de la autoridad institucional. En mi experiencia personal los espacios para reconocer méritos y posibilidades de asimilación a la espontaneidad del pensamiento, son muy limitados o, al menos, poco visibles hasta ahora.
2. ¿Cuáles son los temas que más se debaten? ¿Cómo evalúa la calidad de esos debates? ¿Su diversidad o representatividad?
Es obvio que el centro del debate lo componen hoy en Cuba los temas vinculados con el socialismo, con las reformas necesarias, con la necesidad de transformar la economía sin que crecimiento y desarrollo impliquen que se pierdan los objetivos de justicia y equidad que han regido, desde sus inicios, un proyecto cubano de nación, que reconocimos socialista en 1961. Y de realizar, al mismo tiempo y en sintonía con los cambios en la economía, las transformaciones institucionales capaces de proporcionar un sistema de participación democrática efectivo, sin el cual la transición al socialismo se haría incierta, aun si los indicadores económicos nos mostraran los resultados más satisfactorios. También se hace vital debatir cómo nos toca el desafío de la adopción de políticas orientadas a la restitución del medio ambiente de manera coherente. Una cosa es aprenderse un discurso ambientalista y otra ponerlo en práctica mediante políticas específicas, acompañadas de un obligado espíritu de discusión permanente, pues sobre esta cuestión descansa el dilema de la alimentación presente y futura. Universo discursivo que queda atravesado todo, desde diciembre de 2014, por la intensificación del tema de las relaciones con Estados Unidos, que de ningún modo puede mirarse con independencia de lo anterior, pero que lo complica de manera extraordinaria. La apreciable cantidad de artículos y comentarios digitales generados tras la controvertida visita a Cuba de Barack Obama es demostrativa de la lucidez y la diversidad de la reflexión, de la espontaneidad libérrima y de la valentía política de los cubanos para manifestarse, desde la intelectualidad hasta la ciudadanía de a pie (de la cual la intelectualidad también es parte, claro está).
Creo que sería imposible negar que, en la actualidad, el espíritu de debate se abre paso, y que debe consolidarse en nuestra cultura revolucionaria. Del debate en todas las esferas, las institucionales, las académicas, y las del pueblo en general. Y, por supuesto, de todas estas esferas entre ellas. Todo lo otro que podamos precisar temáticamente de manera más específica podría considerarse o no legítimo, pero también secundario en tanto no se vincule con lo que popularmente llamamos “la cosa”. Sabemos que el debate sobre cada juego de pelota se produce cotidianamente con opiniones encontradas, y debiera ser ese dato motivo suficiente para saber que así ha de ser de desprejuiciado en cualquier terreno. Probablemente lo que acabo de expresar sea interpretado desde posiciones muy distintas, y me alegraría mucho porque ese simple detalle formaría parte ya de la continuidad del debate.
3. ¿Cuáles son los principales foros donde se discuten los problemas actuales del país? ¿Qué características tienen? ¿Sus cualidades y limitaciones?
Sin la seguridad de hallarme en condiciones de aportar un criterio definitivo al respecto, quisiera comenzar con una apreciación que tal vez hubiera cabido mejor al principio. La coyuntura histórica que marca nuestra actualidad, y lo hace de manera contradictoria, es el derrumbe del sistema soviético, que reveló que la “irreversibilidad del socialismo”, aceptada como ley económica, de ley no tenía nada, ya que el socialismo había fracasado. O, visto desde otra perspectiva, que el centro del que habíamos reconocido como sistema socialista mundial no lo era, aun siendo la cuna de la revolución pionera de la época, la cual logró, entre acoso exterior y deformaciones internas, crear un poder mundial paralelo al de Occidente. Es decir, osó retar al poder del capital. Considerable avance pero, por alguna razón, no era el socialismo (y la famosa irreversibilidad quedó engavetada para cuando el sistema socialista se consolide como tal en la historia).
Semejante derrumbe nos tocó en profundidad, aunque resistiéramos a ser arrastrados en el torrente. Como se sabe, en el experimento cubano algunas de las primeras muestras de intolerancia y limitación de espacios se produjeron en torno a posiciones que se distanciaban de líneas, políticas, doctrinas económicas, sociales, filosóficas y hasta estéticas, de aquel centro moscovita que debíamos respetar como pionero en la descomunal empresa de eliminación del dominio del capital. ¡Qué trabajo cuesta todavía reconocer la medida del costo de cuánto nos equivocamos con ellos! Es cierto que otros se equivocaron más (y todos ellos, casi sin excepción, vivieron el mismo retroceso hacia la selva del capital que revolvió a Moscú), que nosotros fuimos más autónomos como proyecto de nación (y sin duda esa identidad nos apuntaló para resistir los efectos de aquella caída que nos dejó atrapados “entre dos bloqueos”). Pero asimilamos más lastre que el que hemos sido capaces de soltar.
De manera paradójica, la tragedia del derrumbe favoreció la activación de la crítica y el debate en todos los planos, que se ha dado desde entonces entre avances y retrocesos, debido en gran medida a los lastres. Pero se generaron foros culturales de debate que han funcionado con suerte diversa, unos por cortos períodos y otros que logran mantenerse. La disposición a expresarse con cabeza propia y defender criterios “a contracorriente” es ya una ganancia cultural; quiero pensarlo así. No obstante, mi primera observación sería que los foros de debate tienen que ser de debate, no de complacencias, como a veces sucede.
Un factor esencial al hablar de los foros es el tecnológico, el de la digitalización de las comunicaciones, que entre otros beneficios ha contribuido a levantar una barrera a la intolerancia. También sabemos que, en sentido adverso, abre espacio a la banalidad informativa, portadora de tantos riesgos, pero se trata de costos que hay que afrontar. Del reto, además, de hallar antídotos que contribuyan a despejar caminos sin devolvernos a esquemas superados. Algunos intelectuales prestigiosos contribuyen a llevar a la prensa aires de apertura y también se han producido iniciativas para que la población haga uso de ella para elevar sus críticas, descontentos, y reclamos. Pero la diversidad de criterio y la capacidad de respuesta me parecen insuficientes en sentido general. En todo caso, son espacios valiosos que no deben perderse sino revisarse y perfeccionarse. Para completar esta respuesta, celebro el incremento de la iniciativa espontánea que ha mejorado cuantitativa y cualitativamente el panorama de las publicaciones culturales y de pensamiento, las que promueven a veces importantes actividades colaterales. Tanto en las que ya existían, que un buen manejo ayuda a activar, como en las creadas en el nuevo escenario. Las revistas impresas, las digitales, los eventos con contenidos puntuales, nacionales e internacionales, fuera y dentro del país, son foros que se multiplican y de los que la creatividad revolucionaria, el análisis, la crítica, la proyección social y el pensamiento todo tienen que aprender a valerse.
4. ¿Cree que esos foros son aprovechados por la política? ¿Por la sociedad? ¿Qué propondría para hacerlos más útiles?
¿Ser aprovechados por la política significa por las instancias de dirección del país? Presumo que la respuesta a mi pregunta sea afirmativa y entonces me planteo otra cuestión, que sería: cómo son aprovechados, cómo pueden mejorarse. Para responder en estos términos, la política los aprovecha mal hasta ahora, porque no le concede espacio suficiente a la diversidad. No lo hace en el plano de las ideas, ni tampoco en el plano de las acciones. Prevalece, a mi juicio, una comprensión errónea de la relación entre la unidad y la diversidad, que la mira como subordinación de antípodas, una mirada digna de la lógica aristotélica. No como un condicionamiento mutuo impuesto por el sentido dialéctico mismo de la historia: creo que si pensáramos la unidad como síntesis, imposible en profundidad si no se parte del reconocimiento de la diversidad real, se avanzaría con menos prejuicios.
Quiero subrayar aquí mi opinión de que las estructuras de gobierno, en particular las instancias del Poder Popular desde la base a la nación, debieran aportar los foros de debate más activos y constantes, que llegarían a proveer, de lograrse, los debates más audaces y más provechosos. Y harían del Poder Popular un poder más real.
No querría terminar estas reflexiones sin decir que estoy convencido de que Cuba, su socialismo, va a hallarse en mejores condiciones para hacer frente a sus nuevos desafíos, en la medida en que seamos capaces de incorporar la necesaria apertura a un debate inteligente, comprometido, desprejuiciado y sin temores. Una apertura que en ocasiones se ha esperado y ha terminado por frustrarse con bemoles y retrocesos, y que se muestra ya inaplazable.
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