Dos compilaciones de artículos hasta ahora desconocidos recuperan parte de la labor periodística del relevante prócer y escritor cubano en el mensuario El Economista Americano
Dada por concluida ya la polémica que semanas atrás ocupó espacio en este periódico, José Martí vuelve a cobrar actualidad con la publicación de un par de compilaciones de trabajos suyos: “Las toman donde las hallan!”. Once textos inéditos de José Martí (2015, 67 páginas) y El Economista Americano en México. Crónicas desconocidas de José Martí (2016, 117 páginas). Ambas fueron editadas por Alexandria Library Publishing House, de Miami, y se deben a la labor investigativa de Jorge Camacho, profesor en University of South Carolina. Estudioso de la obra martiana, antes había dado a conocer el ensayo Etnografía, política y poder: José Martí y la cuestión indígena (2013).
En unas palabras que se reproducen en la contraportada de “Las toman donde las hallan!”…, el también especialista en Martí Manuel A. Tellechea señala que la actividad periodística del relevante prócer y escritor cubano en el mensuario El Economista Americano “es tal vez la mayor laguna irreparable en el canon”. Su afirmación la justifica en el hecho de que de esa publicación solo ha sobrevivido un número, que contiene 16 crónicas de Martí. Así que si durante los tres años (1885-1888) que él fue su editor “escribió al menos esa cantidad de artículos para cada número, deben existir hoy en total 576 artículos de esa publicación exclusivamente, lo cual excedería con mucho las contribuciones de Martí para La Nación y El Partido Liberal. En cambio, menos de 40 artículos de El Economista han sido hallados durante los últimos 125 años”.
En el caso del primero de esos libros, los once textos que allí se rescatan fueron reproducidos en el periódicoLa Estrella de Panamá. Según señala Camacho en la introducción, en esa época dominaba en el periodismo un ambiente de permisibilidad. Amparándose en él, los diarios reproducían, unas veces textualmente, otras desmembrándolos o bien recomponiéndolos, artículos aparecidos antes en otros sitios. El propio Martí lo sufrió sin sacar ningún provecho, y se quejó de ello a su amigo Manuel Mercado: “¡Y pasan de veinte los diarios que publican mis cartas, con encomios que me tienen agradecidos, pero todos se sirven gratuitamente de ellas y como Molière, las toman donde las hallan!”. Sin embargo, aquel pirateo de La Estrella de Panamá ha hecho posible que hoy esos once textos hayan podido ser rescatados, gracias a la dedicada y paciente labor de Camacho.
Similar método investigativo permitió al compilador hallar los 17 artículos reunidos en El Economista en México… Se reprodujeron en ese país en La Prensa, El Centro, Diario del Hogar, La Juventud Literaria, El Nacional, La Convención Radical Obrera y El Coahuilense, entre diciembre de 1885 y abril de 1888. A esos textos, Camacho incorporó otros dos, “Un indio de México” y “Un descompuesto ataque”, reimpresos en México y Argentina. Respecto a los trabajos que conforman ambos libros, Camacho conjetura que “Gonzalo de Quesada, el primer editor de las obras completas de Martí no los incluyó porque tal vez no los conoció o porque estaba siguiendo las instrucciones del propio Maestro cuando este le dijo que «del Economista [y de las otras revistas] podría irse recogiendo el material de los seis volúmenes principales» de sus obras. Afortunadamente, podemos decir, no todas estas crónicas están perdidas y con las que hemos localizado en México, Argentina y Panamá podemos hacernos una idea bastante clara de lo que fue El Economista Americano”.
De poca extensión y sin firma
En las sendas introducciones que redactó para ambos libros, Camacho proporciona una adecuada información acerca de esos artículos. En algunos casos, la investigación que llevó a cabo lo condujo a buscar otras fuentes, con el propósito de analizar mejor el tratamiento que daba Martí al hecho informativo del cual partía. Así, en una crónica sobre Argentina el cubano reproduce las palabras de Bayless W. Hanna, quien a la sazón era representante de Estados Unidos en ese país sudamericano. Tras consultar la única entrevista a Hanna que logró encontrar, Camacho hace notar que este no se muestra allí tan expresivo como Martí lo hace aparecer. Eso además, expresa el investigador, se confirma al comparar el estilo de uno y otro: “las oraciones de Bayless W. Hanna son largas mientras que las del cubano son cortas, rápidas e hiperbólicas. Más aún, recuérdese que Martí está narrando en su crónica las palabras del New York World, no es una entrevista que él mismo le hizo al diplomático, con lo cual suma un punto de vista a otro, una distorsión a otra”.
A diferencia de las colaboraciones de Martí para otros periódicos, las que redactó para El Economista Americano son de poca extensión. Hablo, por supuesto, a partir de las recogidas en los dos libros que aquí se reseñan. Esa brevedad respondía al formato de esa publicación. Aparecieron sin su nombre, pero el hecho de que no lleven su firma no le niega la autoría, pues aparte de ser el editor, era el único que escribía. Él mismo lo justificó indirectamente, al comentarle en una carta a Manuel Mercado que, “aunque el periódico es serio y circula mucho, no me da espacio para distribuir mis pensamientos con seriedad y amplitud que parecen esperar de mí los que hacen la merced de leerme”. Y en otra masiva, dirigida a Enrique José Varona, al referirse a su trabajo en El Economista Americano le apunta que “siempre fue una cosa menor sin espacio ni razón para vivir, ni más que un poco de harina para el pan”. En su labor periodística, Martí dejo muchas páginas perdurables, pero no hay que olvidar que fue una actividad que realizó para garantizarse el pan.
Otro argumento que permite adjudicarle a Martí la autoría de esos artículos es el estilo. Así lo sostiene Camacho, quien no duda en afirmar que, a pesar de que en la mayoría de ellos no figura su nombre, aquellos que estén familiarizados con su estilo y con los temas que trató reconocerán que son suyos. A propósito del segundo aspecto, una de las crónicas Martí la dedica a la escritora norteamericana Helen Hunt Jackson, de quien él tradujo su novela Ramona. Sobre ella escribe: “Ya tenía canas cuando por primera vez visitó las tierras ricas que fueron mexicanas; las tierras por donde anduvo descalzo, llamando a voces a los indios gentiles, el Padre Junípero; las tierras donde el rifle asesino del colono europeo ha abatido a aquella noble y enérgica raza, cuya poesía y decoro naturales, nadie ha pintado nunca con tanta justicia como Helena Hunt Jackson”.
Otro artículo tiene como tema el terremoto ocurrido en septiembre de 1886 en la ciudad de Charleston. Como muchos han de recordar, acerca de aquel desastre natural, Martí también escribió una antológica crónica publicada en el diario argentino La Nación. Cuenta que se inició a las 9 y 54 de la noche, “cuando oyeron los habitantes de la linda población del Atlántico, un ruido sordo, como de cuerpos pesados que rodasen a lo lejos con violencia: un instante después, ya era de formidable artillería”. Una vez repuestas del primer terror, las personas vieron las más tristes escenas de espanto: “los hombres barbudos lloraban de rodillas; las mujeres caían desmayadas y agonizaban en olvido; los caballos sacudían de un flanco a otro los carros que sujetaban; los negros en un verdadero frenesí de horror, golpeaban la tierra e improvisaban tristísimos cantos”. Martí dedica al final espacio a enumerar las causas probables del terremoto que se divulgaron: “Ya la del fuego central de la tierra, ya la de un levantamiento del fondo del mar, ya la del influjo de agentes admosféricos (sic)”. Y concluye su artículo con estas palabras: “¡Tan soberbios que somos los hombres, sin ver que no pasa hora que cambie de forma y puesto la capa de rocas de la tierra!”.
Aunque los temas tratados en esos textos son variados, predominan los relacionados con aspectos económicos, políticos y sociales. El Economista Americano no era una publicación especializada en arte y literatura, sino que estaba dirigida a las personas interesadas en los negocios con y en Estados Unidos (se editaba en Nueva York). Martí estaba obligado, pues, a ceñirse a su perfil editorial. Es de destacar en ese sentido su habilidad para tratar unos asuntos con los que no estaba familiarizado. Al respecto, conviene hacer notar, como lo hace Camacho, que esas crónicas “muestran al Martí escritor que luchaba con las cifras y los datos económicos”.
Los estudiosos y especialistas de la obra martiana ya se ocuparán de valorar y analizar estos textos rescatados por Camacho. Mi propósito al escribir estas líneas ha sido simplemente dar cuenta de la publicación de estas dos compilaciones, que constituyen una más que apreciable contribución.
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