Todo proceso político y social –como es el caso del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC)– presenta siempre, aún en sus coherencias e incoherencias posibles, un cuadro de multiplicidades semánticas en el que vale la pena hurgar, toda vez que define perspectivas, trayectorias, cursos precisos o imprecisos de la construcción social en los próximos tiempos. Y, con ello, se presenta en una escala de tonos y matices, dudas y sombras –que reiteran el pasado reciente o distante de nuestro actual sistema político–, pero también ciertos destellos que podrían iluminar caminos posibles a seguir en el desarrollo de la sociedad. A algunos de esos destellos y sombras voy a dedicar estas breves notas, con el ánimo de poner sobre el tapete, anticipándolas, cuestiones que me parecen esenciales a resolver en el plazo más inmediato de nuestras proyecciones socio-políticas.
Voy a destacar las que me parecen algunas de las más importantes cuestiones derivadas de los fragmentos de discusiones televisadas y los discursos de apertura y cierre del VII Congreso, porque considero que algunos momentos del debate y del contenido de esos discursos tienen elementos que podrían, a manera de destellos aprovechables, abrir puertas que necesitan adentrarnos en profundizaciones viables para el logro de un socialismo cubano: participativo, democrático, próspero y realmente creativo.
A pesar de que solo se empiezan a difundir los planteamientos de fondo en que se fundará la concepción del modelo socialista que se pondrá a discusión, al parecer, muy pronto y de los cambios constitucionales imprescindibles que habrán de proponerse, lo que se ha adelantado en el Congreso nos propone una polémica y debate amplios de sus basamentos.
Así, de manera muy preliminar y asistemática consideraría lo siguiente, como aspectos a tomar en cuenta en el debate.
¿Unipartidismo o pluripartidismo? El tema de democracia y derechos políticos ciudadanos.
La referencia “humorística” del Primer Secretario al “partido de Fidel” y “al partido de Raúl”, daría para pensar… ¿no es el mismo estilo ni proyección? ¿Cabrían otras alternativas?
Dentro del propio tema, Raúl planteó que continuará existiendo un solo Partido. ¿Se pudiera estar de acuerdo?, con inquietudes… Asumamos eso como la directriz de la actual Dirección política, al menos hasta el próximo Congreso.
La idea del unipartidismo –que se ha querido fundamentar en la concepción martiana, de otra época, en otro contexto y para otros fines–, realmente es heredera de la concepción leninista, posteriormente muy modificada por Stalin, del socialismo real soviético, de su Constitución y su época.
En el momento histórico que se asumió la fundación del PCC estábamos en la etapa “heroica” de la Revolución y del “socialismo luminoso del futuro”. En gran parte de la población la dirigencia del proceso gozaba de amplios consensos en sus programas y metas sociales…, se había vencido a una dictadura oprobiosa y la confianza en los líderes traía novedades promisorias, a pesar de –y también gracias a– las agresiones y limitaciones imperiales.
Estamos en otro contexto histórico… ¿sería necesario precisar bien esto?
Pero, ¿cómo se va a articular esa “nueva” idea de Partido Único más “democrático” con varias cuestiones, para que no quede solo en consigna inerte?:
a) Con la –hace tiempo– necesaria diferenciación de la función del Estado y del Partido.
Según el capítulo 5 de la Constitución, el Partido es el órgano superior de dirección de la sociedad, lo que no conjuga bien con el tema del capítulo 3, que otorga el poder al soberano: el pueblo. Siendo así que este no elige a los dirigentes del Partido ni posee mecanismos legales para exigir cuentas a su Dirección, queda prácticamente anulada dicha soberanía popular.
Si bien existen “órganos electivos” del Estado, que conservan una idea de “representatividad”, también ello es incoherente, puesto que las comisiones de candidatura para delegados a las asambleas provinciales y diputados a la Asamblea Nacional (no así para las asambleas municipales, que son nominados directamente por el pueblo), de algún modo siempre rectoradas por el PCC, reafirman el poder absoluto de las concepciones predominantes en la Dirección política partidaria del momento, propiciando el desentendimiento e involucración de amplios sectores de la sociedad, conducentes a situaciones de inercia, descompromiso, decepciones y desgajamientos del tejido social.
No hay más que asistir a una asamblea de rendición de cuentas de delegados para “darse cuenta” de que estos no tienen capacidad de impacto en las decisiones municipales y mucho menos del país; si esto es así, qué queda para los aburridos asistentes a dichas asambleas.
Este esquema de “democracia representativa” no ofrece una alternativa poderosa a las manipulaciones de dichas formas de gobierno en países capitalistas “democráticos” con la excepción de que, aunque los elegidos no cumplan el programa inicial y conserven cuotas de impunidad, al menos la ciudadanía puede elegir entre varias opciones –a veces solo diferentes en aspectos formales y matices.
Todavía a la condición del Partido Único –quizás aún necesario en esta difícil y contradictoria etapa histórica de Cuba y del mundo, plagada de intereses hegemónicos–, le podría corresponder, sin interferencias con las funciones estatales, un rol de profundización y apertura ideológica flexible de las producciones clásicas, de las teorías sociales y las nuevas, de “auscultamiento” popular, de revisión y de reelaboración creativa continua, según van emergiendo las proyecciones de los contextos actuales y las nuevas visiones de futuro que conserven valores fundantes de solidaridad, justicia social, democracia popular, libertad, etc., para ponerlas a consideración de la población y tomar de ellas, no para imponerlas.
b) Igualmente, debemos debatir el cambio de la consigna de “socialismo próspero y sustentable”, que muy bien podríamos desglosar con más elementos conceptuales, y definirlo, quizás, como una sociedad “independiente, socialista, democrática, de progreso y sustentable”.
Si el pueblo es el soberano, es él quien debe decidir sobre las cuestiones fundamentales, y el Estado, legítima y libremente electo por la población -¿con qué tipo de comisiones de candidatura mediante?- debe someterse a sus inquietudes y rendir cuentas a todos los niveles, con la mayor transparencia informativa y de manera periódica y abierta a toda la población. Todo ello lleva a un replanteo profundo de los órganos y espacios de participación ciudadana del Poder Popular.
c) Entonces, ¿mediante qué mecanismos organizativos se propiciará la mayor democracia interna del Partido, de las organizaciones sociales tradicionales (de masas) y otras corrientes que emergen de sectores de pensamiento diverso, socialista o de otros tipos?
¿Cuáles serían los mecanismos para evitar la actual y evidente separación entre “el Partido de “arriba” y el Partido de abajo”, -alusión de varios autores marxistas cubanos reconocidísimos-; o sea, de qué manera se tomará en cuenta la opinión crítica e incluso divergente sobre determinados problemas de la política del país de los militantes de base y como se les rendirá cuenta de ello?
Aún más complicado y necesario, ¿cómo se tendrá en cuenta –por el Estado y las organizaciones del Partido– la opinión ciudadana respecto a los problemas y proyecciones importantes del país y qué papel ejercerá esta en la conducción del país?
Todo ello, ¿no debería llevar a una reflexión amplia del nuevo concepto de democracia ciudadana y popular a elaborar y poner en práctica, con una nueva función aún del Partido Único, para dejar oportunidades al surgimiento de espacios de discusión y organizaciones sociales deliberativas espontáneas, para propiciar el debate abierto de las posiciones, en el que solo se van forjando convicciones e ideas viables y confiables?
Por demás, el papel de algunas organizaciones de masas tradicionales, ¿no debería cambiar, desde la inercia y su descontextualización actual; por ejemplo, de los sindicatos, de los CDR, etc., que responden a líneas temáticas elaboradas desde instancias centralizadas y no a los intereses y necesidades actuales de los trabajadores y comunidades?
Por supuesto, el papel de los medios de comunicación tendría que abrirse al debate social más amplio, aunque esto se realizara de manera gradual, pero “con prisa y sin pausa”, espacio que ya han ocupado diferentes medios digitales y alternativos, aún con poca resonancia social.
La garantía de los derechos políticos y ciudadanos de libre expresión, asociación, etc. solo tendría que tener sus límites necesarios en cuanto estuvieren al servicio de una potencia extranjera o financiado por sus instituciones oficiales, y ejercerse dentro de marcos de deliberación y acción pacíficos y de construcción de consensos, para lo cual un nuevo papel del Partido Único tendría que adaptarse sensiblemente, renunciando a la verdad absoluta y construyendo con y desde los demás.
Otra cuestión de gran importancia es la próxima “discusión” de los documentos sobre la concepción del modelo y planes hasta 2030. Aquí se plantean varias cuestiones centrales, que nos sugieren la siguiente pregunta:
¿Cómo se realizarán estas “discusiones”?, pues ya tuvimos la experiencia de la “consulta” masiva de los Lineamientos, respecto a los cuales no se produjeron procesos de deliberación reales –más bien produjeron catarsis individuales en espacios sociales–, si entendemos que un proceso de deliberación implica conocimiento de argumentos diversos de sustento de las afirmaciones, compartir los puntos de vista entre unos y otros en el mismo colectivo y entre los diversos espacios colectivos de debate, conocer las tendencias generales y profundizar en los conceptos y posiciones centrales… Esto necesitaría: 1. Otro modo de conducir las asambleas para propiciar ese tipo de deliberaciones. 2. Posibilidad de llegar a comparaciones, contrastes de posiciones. 3. Elaborar consensos entre diferentes posiciones abordadas. 4. Conocer la mayor cantidad posible de informaciones básicas y de opciones que se manejan en los diferentes públicos y sectores. 5. Crear mecanismos transparentes y democráticos, abiertos, para construir las elaboraciones definitivas, etc.
Esto, entre otras cosas, plantea el reto de un periodismo muy ágil y de cambios de estilos de coordinación de debates públicos. Está próxima la discusión de los “documentos”, por lo que estas cuestiones son de gran relevancia actual.
El Congreso abrió algunos espacios para la profundización y el debate de estos y otros temas, lo que podría ser positivo si se saben aprovechar en sus potencialidades constructivas, aun con una permanencia de parte importante de la dirección histórica y otros continuadores de la misma política en el Buró Político, cuando muchos esperaban una amplia renovación generacional que asegurara nuevos bríos y planteos críticos.
Otra nota sensible, finalmente, es la alusión a que los cambios constitucionales –que para muchos nos parecen urgentes y directrices fundamentales de un nuevo Estado de derecho socialista– hayan quedado como una tarea “para continuar en los próximos años”, con el peligro de realizar un gobierno sin Ley Fundamental y derechos ciudadanos apropiados a los nuevos contextos emergentes.
La propiedad socialista y la propiedad privada.
Esto lo he tratado en otros artículos más ampliamente. Se asume de manera oficial, por primera vez, el deslinde entre cuentapropismo y pequeña y mediana propiedad privada, lo cual resulta positivo, pero debería llevar al reconocimiento de los instrumentos jurídicos que legalicen su personalidad jurídica, sus necesidades asociativas, normas para organizar y balancear la participación de los trabajadores, la distribución de ganancias y el servicio social de las empresas, más allá de las cargas impositivas, etc., frente al poder del capital privado y de la burocracia estatal –en el caso de las empresas estatales (no necesariamente sociales).
Este tema resulta urgente ante la necesidad de refundación de nuevas bases socialistas de la sociedad y ante el desafío de las relaciones Cuba-Estados Unidos, Europa, etc., en la formación de capacidades privadas e inversiones extranjeras y de los Lineamientos sobre constitución de las empresas estatales (para que fueran realmente) “socialistas”.
Estos son solo algunos de los retos pendientes que tenemos por delante, en el empeño de que el Congreso resulte de relevancia para la construcción socialista renovada y democrática. Los temas están abiertos, la oportunidad de aprovecharlos en las próximas etapas de debate público requeriría de un nuevo diseño amplio y efectivo de formas de deliberación social.
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