En el pensamiento científico que emana de la Universidad siempre ha encontrado armas, simbólicas y reales, el explotado. Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Mella, Mariátegui, Fidel, todos bebieron de una manera u otra de ese ambiente de debate, discusión y rigor científico que ofrecen los estudios universitarios, formales o no.
Cuando Fidel a inicios del milenio reabría la universidad cubana a las clases más humildes esperaba que esta incinerara los vicios, que tras una larga y aún hoy inconclusa crisis económica, se iban apoderando del país. Cuando llegaron al poder Chavez, Correa, Evo, Kirchner y Lula, incrementaron en sus países el financiamiento a las universidades públicas. Correa hizo aún más, rediseñando completamente el panorama de la educación superior de Ecuador. Todos estos líderes comprendían que, para ser sostenible, cualquier proyecto independentista y descolonizador necesita de una universidad sólida y revolucionaria.
Consciente de esto, durante los últimos 30 años el capital internacional, ayudado por sus representantes políticos, se ha dado a la tarea en nuestros países -pero no solo-, de desarmar esta universidad. Para esto, divulga un discurso de sostenibilidad y eficiencia para la universidad que pretende oponerse a sus valores revolucionarios. Reduce el financiamiento a la universidad pública, al pensamiento social, a la Ciencia con mayúsculas. Apoya teorías pseudocientíficas, como la Homeopatía, o abiertamente anti-científicas, como la Teoría del diseño inteligente para relativizar el conocimiento y convertir el debate científico y social en palabrería organizada. También, incrementa el número de universidades y academias privadas con titulaciones fáciles que sirven a los hijos de la clase dominante para justificar, sin mostrar su mérito, sus puestos en empresas que heredaron por sangre o por relaciones personales. Estas instituciones se convierten además en nuevos agentes del mercado del conocimiento, sustrayendo fondos nacionales a la universidad pública y garantizando que los mismos se redistribuyan entre la clase dominante.
En este nuevo modelo que se nos impone desde el Norte, las universidades y los universitarios todos, pero más aún los del sur, deben servir al empleador, no al pueblo, no al país. Una idea esta que se inserta coherentemente en la ideología del capitalismo moderno. Una ideología que presume una división del trabajo y la riqueza donde el norte es generador de recursos económicos y conceptos morales, y el sur consumidor de bienes y dispensador de materias primas.
Asi, el intelectual, el hombre que estudia, piensa y crea, existe solo en los Think Thanks que apoyan ideológicamente este discurso neoliberal. Se sostiene que para generar cultura bastan unos pocos centros, CalTech, Berkeley, Harvard, Yale, Cambridge, Oxford, La Sorbona… el resto jugará un papel secundario más o menos premiado con posiciones en rankings, proyectos y financiamientos. El joven de talento y con motivación intelectual se convence de que sólo en estos centros saciará su sed de conocimiento y hallará el ambiente propicio para crear. Un ambiente donde además se acostumbrará a vivir en una moderna dinámica de competencia, índices y números que transforman a la ciencia y al conocimiento en reproductor de Capital y en parte integrante y estructural del mismo. De esta manera, el Capital absorbe a costo cero lo mejor que la periferia mundial puede exhibir en universidades, que dejan de ser centros de creación y desarrollo, para convertirse en vitrinas, y reduce en una única operación cultural dos focos de resistencia. El externo, porque el talento que emigra descapitaliza a los países pobres tornándolos vulnerables económica y culturalmente. El interno, porque el talento concentrado es más fácil de complacer, controlar y explotar.
Quienes se resisten a este diseño terminan ahogados en el silencio de los medios de comunicación, en la abundancia idiótica de internet, en la carencia de recursos para trabajar y en la mediocridad de la burocracia que los dirige. Los intelectuales comienzan a transformarse en técnicos, administradores y gerentes, que tornándose mayoría, comienzan a controlar y embrutecer nuestras universidades-vitrinas, cercenando aún más su capacidad de crear y cerrando, nuevamente a costo cero para el Capital, el círculo de dominación.
El triunfo de la revolución propuso en Cuba una Universidad diferente. El parte-aguas institucional fue la Reforma Universitaria de 1962. Esta Reforma, inspirada por el más avanzado ideario pedagógico nacional del momento, con raices que se remontan a José de la Luz y Caballero y en la revolución científico-técnica que sucedía a la segunda Guerra Mundial, proponía para el graduado universitario cubano y del Tercer Mundo una formación general donde el dominio de un idioma extranjero, la filosofía y el deporte serían parte consustancial de un proceso de formación de valores que trascendería la pura instrucción profesional. Las carreras basarían el aprendizaje en la adaptación creativa de los conocimientos y en la generación de nuevos. Para lograrlo tendrían una fuerte componente de trabajo científico en los laboratorios que se creaban en la universidades del país, y también períodos de prácticas laborales en centros de producción e investigación. En muchas carreras la presentación de una tesis se volvió requisito obligatorio para graduarse. Al país llegarían profesores y asesores de todo el mundo que jugarían un papel clave, sobre todo, en el desarrollo de las carreras científicas y técnicas. Jóvenes de diferentes procedencias sociales llenarían sus aulas, muchos irían a estudiar a países del campo socialista y regresarían para formar y enriquecer claustros jóvenes y de poca experiencia. No se escatimaban recursos. Esta Universidad, que se movía guiada por el ideario y la acción de varios de los intelectuales más importantes de Cuba en el momento, Fidel Castro, Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Raúl Roa, José Altshuler, Marcelo Pogolloti, Vicentina Antuña, Elias Entralgo, Armando Hart, Alberto Granados, entre muchos otros, se difundió por todo el país reduciendo el costo de los estudios y disminuyendo los gastos en subvenciones gubernamentales, pero sobre todo, llevando el conocimiento científico a todas las regiones del país, contribuyendo a su homogeneización cultural y económica.
A través de esta Universidad el país se convirtió en una potencia médica y educacional. Se dotó a los cuadros de las Fuerzas Armadas, muchos prácticamente analfabetos al triunfo de la revolución, de una cultura que hoy es fácil reconocer en las palabras de oficiales de alta graduación y que se transmitió a las instituciones científicas y educacionales que con el tiempo se desarrollaron en el Ministerio de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior. Poseer esta Universidad permitió crear centros de investigación que aún hoy, después de años de desgaste económico, gozan de reconocimiento internacional y proponen productos biotecnológicos al mercado capaces de romper el bloqueo comercial de los Estados Unidos a Cuba. Nació, gracias a ella, una industria farmacéutica propia, y un cuerpo de ingenieros que hoy sostiene las inversiones en el turismo, en la industria minera, y en el puerto de Mariel, por solo citar ejemplos vivos.
Han pasado casi 60 años de esa Reforma Universitaria, y la universidad cubana tiene hoy muchos problemas. Entre ellos, un claustro envejecido que recibe bajos salarios, que labora en condiciones de trabajo muy difíciles marcadas por una infraestructura civil decadente y una capacidad tecnológica obsoleta, incluso para los parámetros regionales. Factores estos que frenan la capacidad creadora de la Universidad y estimulan la emigración de personal muy calificado, limitando aún más su impacto en la sociedad y contribuyendo a insertar al país como participante periférico en el cuadro dibujado arriba.
Resolver estos problemas debe tener primerísima prioridad y no es tarea de un día. Porque aunque es muy fácil elaborar discursos públicos sosteniendo la necesidad de una universidad moderna que aporte al desarrollo de la nación; más difícil es encontrar recursos, mecanismos y consensos para hacerlo hoy. Seguramente porque las limitaciones económicas en nuestros pueblos trascienden las necesidades universitarias. Pero no solo, muchas veces, e independientemente de estas, se vuelve natural seguir el curso de los acontecimientos y acomodar nuestro imaginario al diseño previsto y propagandizado desde los centros de poder internacional, mejor aún, disfrazándolo de discursos de izquierdas. Por eso es imprescindible formar en nuestras universidades a un intelectual bien preparado y comprometido con la sociedad. También lleno de energía, coraje y paciencia para enfrentar al gerente local que en el mejor caso, incauto, dicta o impulsa políticas irracionales o imitativas para mantener su puesto.
Es un error suicida para toda América Latina y para Cuba en particular diseñar una universidad que priorice las necesidades inmediatas de los empleadores en detrimento de las necesidades futuras de la sociedad. O lo que es igual, perseguir el espejismo de la moderna universidad europea o norteamericana: carreras cortas, homogeneización curricular a toda costa, tesis de grado convertidas en tesinas o en tareas opcionales, financiamiento privado a la investigación, avidez por resultados a corto plazo, arbitraria separación entre la investigación básica y aplicada, entre el pregrado y el posgrado. En resumen, convertir en objetivo institucional la producción de un graduado de bajo costo para el empleador.
Si ya ayer era importante recuperar el camino que pretendía hacer de la universidad cubana mucho más que una simple productora de trabajadores calificados o semi-calificados para el empleador, la nueva dinámica de las relaciones de Cuba con los Estados Unidos lo convierten en una tarea impostergable. Primero porque llegará a jóvenes y cuadros de dirección, con más fuerza y mejor diseño, este discurso de universidad para empleadores y emprendedores que compite con las necesidades de un país en desarrollo. Segundo, porque aceptado este discurso se volverá natural la emigración del personal calificado hacia el mayor receptor de potencial científico del mundo, los Estados Unidos. Tercero, porque incluso los contadores de números fríos, si son mínimamente honestos, entienden que los costos de cualquier proyecto de desarrollo son mayores si el personal calificado que lo sostiene debe importarse. Y cuarto, porque sin la universidad revolucionaria donde se desentrañaron los mecanismos de dominación colonial y neocolonial a los que fuimos sometidos, desaparecerá el fuego que sirve de forja a las herramientas necesarias para defenderse de presentes y futuros intentos conquistadores. Por eso y más se necesita urgentemente de una Universidad bien financiada, donde la investigación sea uno de los pilares de su funcionamiento, insertada en la industria y en la economía nacional y donde profesores y estudiantes estén motivados moral y económicamente y posean las condiciones necesarias para concentrarse en su trabajo transformador. Debemos reasumir urgentemente y con mirada de futuro la Reforma Universitaria de 1962 y concentrarnos en formar al hombre y a la mujer cultos y científicamente excelentes que actuarán como agentes transformadores en el nuevo siglo.
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