Por René Fidel González García
En Cuba, la reivindicación de la política es un imperativo. Contradictoriamente con los éxitos obtenidos por el actual equipo de gobierno cubano en el último año y medio, la reciente visita del mandatario norteamericano y la perfectamente estructurada finalidad política – también ideológica – de cada gesto, palabra y acto de los que aquí realizó junto a su sincronizado grupo de apoyo, son muy reveladores de esa necesidad.
No me voy a detener en ese caso ahora, pero un análisis de la intencionalidad y efectividad de los recursos políticos puestos en juego por ambas partes, no debería tratar nunca de las características de las personalidades involucradas.
Lo que me interesa abordar ésta vez es que desde hace mucho tiempo, pero sobre todo en el último año, el debate dentro de la Revolución cubana ha girado – y desde muchos ángulos – a una reflexión colectiva del valor de la política entre nosotros. Concurren por lo menos cinco elementos que explican esa centralidad más allá de las coyunturas:
1) una creciente comprensión del papel que dentro de una Revolución juega la política como forma de lograr involucrar en ella a las mayorías y alcanzar la definición, elaboración, consenso y consecución de sus metas.
2) la existencia de síntomas de disfuncionalidad política en el Estado, las instituciones y la sociedad civil cubana.
3) el abandono, agotamiento y anquilosamiento de muchos métodos y medios de gestión y comunicación política.
4) la desconexión y desmovilización de segmentos poblacionales de la vida política y la irrupción de una exitosa matriz de pensamiento global contra hegemónico al Socialismo.
5) la urgencia de formar una cultura ciudadana que permita el despliegue y empoderamiento de prácticas y comprensiones republicanas, y el fortalecimiento del espacio público contra la paulatina legitimación, en los imaginarios y las prácticas sociales, del capitalismo.
La reacción a la reciente publicación en el diario Granma del texto A menos de un mes del Congreso del Partido, subraya algunos de dichos elementos y se incorpora a ese debate. A contrapelo de definiciones anteriores acerca de la realización de un proceso previo de amplia consulta popular, la inminencia del cónclave de los comunistas cubanos a partir de un diseño organizativo diferente, sorprende hasta a su propia militancia.
Para ninguno de ellos, pero sobre todo para la población que ha seguido con especial atención todas sus ediciones anteriores, se trata de una reunión formal. Nunca lo ha sido. Esa importancia ha estado conectada a la propiedad de ser el proceso más políticamente inclusivo y cabalmente crítico de todos los que se producen en Cuba.
En El arte de ser ciudadano en Cuba, apunté hace muy poco tiempo que esa reunión ¨…será una holografía de lo que somos y podemos ser, de lo que queremos ser, pero no hay que olvidar que las finalidades de esa organización y su enorme influencia en la sociedad cubana, ha dependido sobre todo de su capacidad de interpretar el bien común y saber cómo alcanzarlo entre todos y con todos¨. Esa sigue siendo una expectativa válida. Como se sabe, no se juzga a una organización política por lo que proclama sino por sus actos.
Es casi imposible saber hasta qué punto influirán en los próximos tiempos procesos de envejecimiento ético y cultural, diversos tipos de parálisis paradigmática, o de crisis de autenticidad política y social que se verifican en la sociedad cubana. Pero el condicionamiento de prácticas anteriores y recientes que involucran a los ciudadanos como espectadores consultados del trabajo de especialistas, o de representantes escasamente determinados por las opiniones, deliberaciones y juicios de sus electores, es en cualquier caso un serio límite para lograr que el resultado obtenido exprese y forje la conciencia de efectividad de la ciudadanía que tan cara le ha sido siempre a la Revolución cubana.
Esto es algo que señala, también, la importancia que hay que prestarle al cómo se alcanzan los consensos sociales y se produce la toma de decisiones, sobrepasados ciertos puntos de equilibrio entre las contradicciones sociales, políticas y económicas y la hegemonía de un proyecto.
No hay que subestimar en ningún modo la idoneidad de esas prácticas para funcionar, coaligados con otros factores, como estímulos aversivos de la política para sectores cada vez más importantes de la población. Tampoco su intrínseca susceptibilidad para ser explotadas como divergencias por otras alternativas ideológicas sobre todo cuando las antiguas capacidades y cualidades de un sistema para responder a las contradicciones, empiezan a ser parte de su desgaste.
Tal es un dato a tener en cuenta para la agenda del próximo año, en que las reformas de la Constitución y de la Ley electoral tendrán que ser procesos realizados políticamente de abajo a arriba, o difícilmente tomarán contacto e involucrarán a la sociedad cubana en su trascendencia real. Hay que entenderlo de una vez. No es una cuestión sin importancia.
La subestimación de la política ha sido un error que hasta hoy han pagado los grupos que han surgido y desaparecido a lo largo de más de medio siglo como excrecencias parasitarias de los esfuerzos estadounidenses por organizar una oposición a la Revolución en Cuba. Pero no es un expediente que parezcan seguir actores que ya empiezan a ser definidos como representantes de un nacionalismo de derecha y que, en la búsqueda de zonas de influencias, han experimentado en formas muy flexibles, creativas y mediáticas de organizar proyectos que pretenden articularse a corto y mediano plazo como plataformas de reflexión y activismo político.
Alguna vez parafraseando a Horkheimer y Adorno he dicho que la prohibición de la imaginación política abrirá siempre paso a la locura política, pero la cuestión de fondo en Cuba estará siempre en comprender que una Revolución lo es sobre todo por su manera original y desafiante de pensar y transformar la realidad políticamente sin dejar indiferente a nadie. Tal cosa no ocurre a través de los informativos de la televisión y mucho menos en los negros tipos gráficos de los periódicos, tampoco con multitudes que creen que la política es sucia.
Para evitar que dioses y desvelos claven aquí sus razas, tal como nos dice Rodolfo Tamayo, el Calibán cubano - la mujer y el hombre que hace su destino en éstas tierras - tiene que evitar a toda costa el drama de Macbeth: ver el futuro y no comprenderlo. Para ello tiene que mirarse en el espejo, reivindicar la política.
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