Pasará a la historia como el primer presidente estadounidense que en plenas funciones haya transitado el camino de la distensión con Cuba. Pero aún le falta mucho para ser el primero que realmente respete la democracia y el Socialismo cubano.
En su discurso al pueblo de la Isla, y ante la sociedad civil antillana, efectuado hoy en el capitalino Teatro Alicia Alonso, este 22 de marzo, Obama, si bien desde sus palabras iniciales usara una frase de José Martí como gesto de amistad al ofrecer, igual que el Héroe Nacional, una rosa blanca, no fue del todo sincero.
Por más que se haya empeñado en recalcar a lo largo de su intervención que el destino de Cuba solo le corresponde decidirlo a los cubanos, tuvo toda la intención del mundo remarcar en lo beneficioso que es el individuo aislado como ente transformador de la sociedad y nunca en su comunión con un Estado que desde el mismo 1 de Enero de 1959 ha promulgado leyes de justicia social para todos.
También es cierto que reconoció algunas de las deficiencias de su sistema político pero jamás lo nombró como capitalismo, donde lo que priman son los intereses de las transnacionales y el gran complejo militar industrial. Y no podía ser de otro modo, pues estas palabras también le sirven de antesala a su próxima vista a la Argentina, de la cual espera una alianza para reforzar el esquema neoliberal y los tratados de Libre Comercio en la región.
De lo que no caben dudas es de que se trata de un hombre muy inteligente, muy bien educado en todas las artes y ciencias de la comunicación, la historia y la política. Como era obvio que sucediera recalca en el individualismo la base del desarrollo, ignorando con ello todos los avances que en materia social y de progreso tiene el país, entre otras cosas por la dialéctica con que nuestro gobierno revolucionario, empezando por el propio Fidel, ha sabido enfrentar cada una de nuestras etapas históricas.
El hecho de que se tenga una base tecnológica que permita ensayos clínicos de primer nivel en áreas científicas como el enfrentamiento al cáncer, o que la nación arribara a inicios de marzo de este año al millón de turistas se debe al impulso estatal del sector hotelero y de la gran cultura y cuidado del entorno que puede lucir la Revolución cubana.
Sin embargo, debemos ser honestos del todo. Es cierto que Obama reconoció la labor de nuestros galenos, de nuestros logros generales en materia de igualdad racial, y de nuestra mente abierta en este proceso de acercamiento bilateral. Méritos propios tiene en desbrozar un camino por el fin del bloqueo, eso es inobjetable.
Pero ilusos aquellos que pensaron que por su boca no iban a salir palabras de elogio al capitalismo. El de ahora ya nada tiene que ver con el original de acumulación del capital, donde un pobre tenía posibilidades de hacerse millonario. Ahora las reglas del juego son más duras. El propio Obama no ha podido realizar una reforma migratoria, o sanitaria como prometió en su campaña electoral. En este mundo globalizado quienes mandan son los grandes monopolios.
Así que la sociedad cubana debe tomarse ese discurso bien en serio, no únicamente para ver las bondades de un acercamiento, sino además para interpretar que la esencia del Imperialismo sigue siendo el mismo, solo que ahora con un lenguaje diáfano, sutil.
De ningún modo cabe la desesperanza, y si atarse al pasado es sumamente peligroso, también es un bálsamo recurrir a las raíces, apelar al tronco fundacional de una nación para admitir que Obama tiene razón que el destino de Cuba solo le corresponde a ella misma. En eso andamos.
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