Por Carlos Luque Zayas Bazánn,
Cuba Posible es una publicación que se autodefine como “…un ”Laboratorio de Ideas” que gestiona una relación dinámica entre personas e instituciones, cubanas y extranjeras, con experiencias y cosmovisiones diversas”. En el Quiénes somos de su web puede leerse que se propone no sólo cumplir ese objetivo con trabajos teóricos y abstractos sino, “participar e influir en el desempeño social y político” del país, y aunque a seguidas advierte no ser un entidad con aspiraciones partidistas, declara estar “comprometida con un quehacer socio-político distinto”. Ese distinto quehacer –que no precisa con respecto a qué sería distinto, pues para entender el concepto de diferencia se necesita el referente- estaría, sin embargo, encaminado a consolidar, cohesionar y equilibrar cosmovisiones diversas y, como después se lee en su objetivo primero, de manera que las ideas y dinámicas que desarrolle su laboratorio, se entiendan “como el compromiso para desarrollar el país por medio de la participación protagónica de toda la pluralidad socio-política”.
Resumiendo, la gestión de Cuba Posible estaría dirigida a cohesionar, consolidar y equilibrar visiones diversas, y aunque no se proponga promover un partido para la participación política, sí se compromete con un quehacer socio-político dado, calificado de distinto, que tenga como objetivo dar protagonismo a toda la pluralidad socio-política.
Resulta un objetivo complejo e interesante y muy peculiar el de Cuba Posible, con evidente similitud con lo que se conoce con el anglicismo de think tank: los posibles equivalentes en español de estas instituciones son precisamente: laboratorio de ideas, instituto de investigación, centro de reflexión…
Es una propuesta interesante porque, como su apellido de Posible habla de la voluntad de contribuir a la edificación de una Cuba que puede llegar a ser, a partir su propuesta de pluralidad socio-política, seguramente el término de futuridad implícito en el calificativo de Posible no excluiría lo que Cuba ha sido y lo que Cuba es. Pero la perspectiva dominante de Cuba Posible parece estar orientada, principalmente, hacia lo que Cuba debe o habría de ser, según esas ideas y dinámicas que se propone gestionar, y mediante la consolidación, cohesión y el equilibrio de miradas políticas y culturales dispares y sobre todo fundada en una pluralidad política.
Conviene, pues, tener muy en cuenta lo que piensan y proponen esos especialistas con respecto a esa posibilidad de futuro. Observando las contribuciones que allí se publican no se trata de un ejercicio de futurología, sino de esforzadas reflexiones y arduos estudios, que casi siempre, fieles a los objetivos declarados, toman la forma de propuestas y críticas comprometidas con la pluralidad y con el quehacer socio-político, que, si en principio no se proponen devenir un partido de disputa del poder, es lógico suponer que podrían ser acogidas como prácticas políticas de alguna eventual organización que decida nutrirse de sus propuestas, pues no se entendería bien cómo puede existir un quehacer socio-político sin, precisamente, protagonismo o participación política que llámese como se llame, puede tomar la forma de un partido.
Vivamente interesado en esas publicaciones, recientemente me encontré en Cuba Posible un artículo que hace estas dos reflexiones-propuestas, enfocadas en el quehacer posible socio-político cubano:
“Se trata de vertebrar (en Cuba) una democracia donde los intereses de la mayoría respeten y tomen en cuenta los criterios de la minoría.”
“Si nos adentramos en el análisis del contexto actual, entenderemos por qué resulta vital hacer de nuestro país una sociedad más democrática, como paso indispensable para la preservación de su soberanía y la adecuada definición de su sistema político.”
Resultan dos tesis tan especiosas que me impulsaron de inmediato a preguntarme por qué mi primera impresión era de extrañeza. Mis reflexiones fueron tomando forma de búsquedas, por ejemplo, con respecto a la proposición # 1: ¿cuál sería el ejemplo de algún país que nos muestre el magnífico ejemplo del respeto de la mayoría por los intereses de las minorías? Sobre todo teniendo en cuenta este norte: ¿de qué mayoría y de qué minoría estaríamos hablando? Como esas son categorías que no debieran analizarse en abstracto, y sobre todo pensando en Cuba, me parecía lógico hacerme esas preguntas.
Estreché mi búsqueda a la historia latinoamericana pasada y reciente, madre nutricia. Primero experimenté la incómoda dificultad de no encontrar rápidamente un país donde gobernaran sin lugar a dudas, las mayorías. Y cuando al fin me acordé de algunos casos recientes en Latinoamérica donde las mayorías habían decidido en las urnas, constaté que casi siempre había sido por muy poco tiempo, o con muchas dificultades, penurias y obstáculos en su camino, porque tozudamente esos gobiernos siempre se ganan unas enemistades muy peligrosas que le hacen la vida imposible. Pero seguí adelante.
Casi todos queremos que en Venezuela, Bolivia y Ecuador sobrevivan gobiernos votados por sus mayorías, en la misma liza que nos quieren imponer como la única democrática, es decir, son países que usando las mismas reglas de juego impuestas como modelos democráticos, tienen gobiernos votados por las mayorías. Aunque todo parece indicar que no tienen allí bien amarrado el poder económico, y eso les está trayendo consecuencias indeseables. Por otra parte, no me quería poner el ejemplo de Cuba, para no acusarme en mi soliloquio de chovinismo, aunque me decía que Cuba tiene un modo de seleccionar su gobierno desde los vecinos de cualquier barrio hasta el parlamento nacional, itinerario al que no se le quiere reconocer su peculiar y cubano carácter democrático. Que, cierto es, tiene costuras y desgarrones que arreglar. Pero bueno, eso no es para asombrarse mucho tampoco si miramoss en torno. Entonces recordaba la lupa de Galeano.
Después de cosecha tan exigua de mi búsqueda, martillaba mi pobre entendimiento esta pregunta en particular: ¿lo realmente existente no es lo contrario, es decir, que las minorías que tienen el poder político y económico no respetan, traicionan y socavan sistemáticamente los intereses y criterios de las mayorías que las eligen? ¿Lo realmente existente no es que aún en los casos en que más de una decena de veces el pueblo de un país vota por un tipo de gobierno (Venezuela), los defensores de la “democracia” no quieren reconocer “esa” democracia? Pero me decía que por el hecho de que no existieran muchos países que negaran lo anterior, no se justificaba que no le reclamáramos a Cuba que se propusiera el noble objetivo de que las mayorías en el gobierno respetaran los criterios políticos de las minorías, entiéndase bien, los intereses políticos, aunque no podamos olvidar que esos intereses siempre suponen a la larga la aspiración de sustituir en el poder a las mayorías.
Salvo ese pequeño detalle a tener en cuenta, reconocía no sólo justo, grandioso, sino que tenía que reconocer que es una hermosa meta democrática esa de que las mayorías en el gobierno deban reconocer los intereses de los que quedaron en minorías. Además, uno se acostumbra a que a Cuba se le hagan las máximas y más insólitas exigencias, así que esa exigencia tenía una larga tradición.
El mundo puede estar lleno de indigentes durmiendo en las aceras y protegiéndose con periódicos, pero si aparece uno en Cuba, es noticia. Pensaba que muchas veces lo que es noticia sobre Cuba no lo es en ninguna otra parte, aunque ocurra lo mismo o algo peor, y que lo que no sea buena noticia en muchas partes del globo, pero sí algo digno y logrado, algo de alabar o reconocer en Cuba, se silencie en toda la gran prensa. Que aunque Cuba tenga algunas cosas (vamos a evitar con prudencia la palabra conquistas, porque le da urticaria a algunos) “cosas” que las instituciones internacionales ponen de ejemplo ante otros muchos países de economía no bloqueada, eso no se reconozca como resultado de su gobierno, su concepto de los derechos humanos y su democracia. Me atormentaba tratar de comprender a qué se deben, si no. Pero dejé a un lado ese pensamiento triunfalista que es mal visto, demodé y oficialista, y aunque la famosa lupa de Galeano no dejaba de planear sobre mi afiebrada cabeza, me propuse seguir adelante.
Además, con respecto a la afirmación # 2 del citado trabajo: me preguntaba ¿cómo se puede lograr la democracia sin soberanía? Pero lo dejé para el final porque son dos cuestiones muy arduas para llevarlas a la par.
Entones traté de enfocarme en la propuesta # 1.
En numerosos países hoy los gobernantes acceden al poder mediante la elección popular. La anterior afirmación esconde todo un sofisma, pues los candidatos ganadores suelen ser los que mayor dinero allegan de los donantes poderosos. Pero eso no parece óbice para negarle al procedimiento su carácter democrático, se supone entonces que cuando eso ocurre, las mayorías gobiernan. Es decir, son ejemplos de lo que se considera la democracia y deben escuchar las exigencias de los intereses que quedaron en minoría. Pero tan sosegada reflexión me la cuestionaban una serie de tozudas realidades. A saber: las altas cifras de abstenciones, las votaciones que apenas se diferenciaban por muy estrecho margen, algunas sospechosas de manipulación y otras de probada manipulación; el olvido de las promesas candidatas una vez en el poder; el acceso al poder a través del dinero y el manejo y la compra y manipulación de los medios; las modernas tecnologías para influir en las decisiones del votante cuando no la compra solapada de los votos, las espurias tecnologías comunicacionales políticas tan alabadas últimamente, el hecho de que sólo pueden ser candidat@s los que tienen o reciben millonarios recursos de los grupos de intereses que después van a representar y favorecer; la fusión, el maridaje y colusión política entre el empresariado y el poder político, todo ello que es característico de esas democracias.
Con la ingente información que se tiene en estos tiempos y que no han transcurrido dos siglos de capitalismo por gusto, ya no hay que estudiar ciencias políticas para saber que esos gobiernos realmente no gobiernan, no de facto, todo ello como prueba de que las votaciones solo sirven para legitimar un uso ilegítimo del poder de una minoría sobre las inmensas mayorías. Ese recuerdo me llevaba circularmente con tozudez nuevamente a la pregunta: ¿Dónde, en qué país, funciona la famosa separación de poderes en favor de las mayorías? Y sobre todo, ¿no era lo realmente existente el gobierno de las minorías desconociendo los intereses de la mayoría que los había elegido? ¿Y si eso es incuestionable hoy día, y esos gobiernos ni escuchaban a sus mayorías, cómo podían escuchar a otras minorías que no fueran a sus propias minorías internas, es decir, aquellos que tenían solamente otra idea de cómo hacer lo mismo? Recordé que esas minorías son las contradicciones que existen entre las propias élites, porque según declaró uno famoso, ellos no tienen amigos, tienen intereses.
Continué mi soliloquio con la historia, resumiendo que de todas formas, y aunque la realidad lo niegue constantemente, la piedra basal de la teoría democrática supone el gobierno de las mayorías sobre las minorías. Aunque lo que sucede es exactamente al revés, pero es muy difícil encontrar hoy una persona que desee pasar por cuerda y que se atreva a confesar en público que hay algo mejor o que parezca mejor, o más justo como forma de gobierno. No importa que bajo el manto de la democracia incluso se violen los mismos principios del liberalismo clásico. Hoy Argentina es un ejemplo de ello con una feroz arremetida neoliberal en sólo los primeros 100 días contra esos mismos principios.
Pero también tenía un problema con las palabras “equilibrio” y “cohesión”, que me evocaban el espectáculo de las falsas democracias latinoamericanas, esas que ilustran lo que realmente significan las políticas de los “consensos” equilibrantes, que nunca son tales consensos, porque sus resultados se limitan a la negociación “en la medida de lo posible”, y entre las fuerzas poseedoras del poder económico, con el objeto de dirimir sus propios conflictos. Es decir, nunca se negocia realmente entre las mayorías y las minorías, que difícilmente se ven representadas. Porque “lo posible” ante las mayorías y cuando las minorías son escuchadas, siempre llega hasta una línea roja: cuando los intereses de los capitalistas son amenazados. “Lo posible” es lo que se puede aceptar hasta el punto justo en que se ven en peligro sus ganancias y sus intereses. Allí mismo salta lo imposible en esas democracias: que es precisamente que la minoría gobernante escuche a las mayorías.
Por eso saltan las alarmas del observador cuando los políticos que más hablan de diálogos y búsqueda de consensos “democráticos”, son aquellos que forman los parlamentos y los estados clientelares y neoliberales en la mayoría de los gobiernos del mundo de hoy, pues no es difícil observar que los tales políticos están estrechamente relacionados con las grandes empresas privadas, o muchos de ellos son precisamente empresarios, o lo serán después, porque casi siempre hacen uso de las puertas giratorias entre la política y el mundo empresarial, o vienen de esos círculos empresariales o en ellos terminan sus vidas como pago a sus servicios, o después de cumplidas sus funciones “públicas”, reciben las prebendas gerenciales.
Por supuesto, me decía, que esas realidades “democráticas” son propias de los países capitalistas neoliberales. Y seguía suponiendo que los consejeros y estudiosos de Cuba y sobre Cuba, por ejemplo los de Cuba Posible, también debieran negarse a que el proyecto cubano sea ni capitalista, ni mucho menos neoliberal. Cuba, o al menos por voluntad de una mayoría que no ha sido negada hasta el momento con razón, quiere ser socialista, y aunque ahora algunos gusten de repetir que el socialismo ha fracasado, no se debería olvidar que una cosa es perder una batalla y otra perder la guerra, me decía. Es decir, el socialismo sigue siendo la meta y única solución de la mayoría de los pobres de este mundo y ya hasta la salvación de misma tierra que habitan y padecen, aunque en esta época, y en medio del predominio absoluto de la cultura y la economía capitalistas, los proyectos socialistas intentados no hayan podido llegar al éxito completo. Lo que nos llevaría también al dilema de precisar qué tiene el socialismo de imposible o en qué medida han impedido que sea posible. Pero como ese es otro tema traté de seguir el curso en mis reflexiones.
Todo lo anterior que me vino a la mente me hacía suponer que la propuesta de un desarrollo de la democracia en Cuba, seguramente no era esa que hoy conocemos en otros lugares, esa no podía ser. Los hechos desmienten con elocuencia el carácter verdaderamente democrático de lo que hoy quieren imponer como democracia. Entonces, ¿cuál es? Por supuesto, las proposiciones de los estudiosos y académicos se suponen honestas y además, fruto de profundos y serios estudios. Aunque hay aspectos que no me quedan claros como simple lector en algunos trabajos, siempre se supone que se hable de la democracia que debe tener el socialismo, sea lo que sea, lo que realmente se concrete como socialismo, porque ya se sabe que es una obra en construcción. Pero sea lo que sea, de manera que se diferencie por algo esencial del capitalismo. Entonces debemos convenir que la democracia socialista está también en construcción. La respuesta no puede ser otra. Pero resulta que la democracia tiene una fuerte teoría detrás y hasta hoy el principio del derecho de las mayorías obtenido en las urnas no parece en la práctica puesto teóricamente en cuestión. Los Padres Fundadores de la nación norteamericana crearon toda aquella maraña de los llamados contrapesos jurídicos y parlamentarios para “evitar la tiranía de las minorías”, pero eso no obsta para que ellos mismos lo propongan como modelo e incluso lo impongan, lo que no parece muy democrático. Pero en fin…
Finalmente, con todos esos pensamientos en la cabeza, me pregunté ¿a qué minoría, en la Cuba de hoy, para no ser especulativos y tratar de concretar y aterrizar la propuesta, se refiere esa afirmación número 1 del artículo de Cuba Posible, cuyos intereses deben respetar las mayorías, en Cuba? ¿Cuál es esa minoría en Cuba, y sobre todo qué pretende?
Empecé a desechar por exclusión. Primero pensé que debía ser una minoría que no tuviera la posibilidad de amasar un poder económico y una relación con los grandes circuitos y conglomerados del capitalismo mundial, y que le permitiera las mismas prácticas que antes recordaba. Porque sería el suicidio de esa mayoría, si es que alguna vez se podía dar el caso. Sucede que cuando hay una masa crítica suficiente que llega a determinado nivel de poder económico, ya es tarde, y está entronizado o por sentarse en el trono del poder político.
De manera que a continuación hice un esfuerzo de imaginación e intenté construir un escenario básico en que se podría verificar el caso de que una mayoría política en el poder escuchara las exigencias políticas de la minoría que pretendiera el poder. Porque de eso se trata, de la política y del poder. Aunque se adornen las palabras al final damos, es una metáfora, con la Iglesia, como advertía el caballero andante, que fue a su modo una mayoría tratando de desfacer los entuertos creados por una minoría en el poder.
Supuse ese escenario posible, pero se me antojaba un poco idílico: un estado de cosas casi paradisíaco, casi cercano a una perfección incontaminada de la democracia, en que el ágora de la cosa pública se abarrotara por una ciudadanía donde no se viera ninguna cabeza maliciosa representante de intereses de grandes poderes económicos y que guardara secretos propósitos malévolos de hacerse del poder político para sostener, garantizar y defender los intereses de esos poderes económicos. Ni grupos financiados por molestas externalidades. Sería, pensé ingenuamente, si existiera allí una minoría, una que sólo tiene ideas diferentes de cómo hacer lo mismo, pero no propósitos antagónicos, sobre todo no intereses políticos y económicos antagónicos, sino soluciones diferentes de cómo llegar a un puerto común. Me acepté que a esa minoría sí que habría posibilidad y hasta la obligación democrática de escucharla y hasta eventualmente, satisfacer, si es que sus ideas demostraban ser buenas o mejor solución para los problemas de la comunidad y el bien común. Me decía que una minoría económicamente poderosa puede imponer sus exigencias sin mucha necesidad de ser genial, aunque les hace mucha falta la inteligencia de intelectuales y académicos con ocio (y finanzas) suficientes para dedicarse a estos temas, pero ser de una minoría, porque se tengan ideas diferentes sobre un mismo objetivo claramente común, no tiene por qué ser una minoría equivocada.
Desperté de mi soliloquio y mi quijotesco ensueño. Mi escenario me parecía sospechosamente iluso, y además, me temía que muchas minorías de ese carácter existían en Cuba, en cuanto a la meta de apoyar su revolución, incluso una buena variedad de minorías de ese tipo, casi tanto cubano como hay. Pero había claramente otra minoría que no encajaba en mi sueño de equilibrio y paz. Una minoría que clama por una “reconciliación”, que habla de batallas finales, agotamiento del socialismo, y cosas de ese tenor. Así pues, si no es a la minoría que pertenece a la mayoría, entiéndase, si no era a la natural diversidad dentro de una mayoría que había optado por un sueño común y apoyaba la forma de gobierno que se había dado, ¿cuál era la minoría a que podía referirse el pensamiento número # 1, en la concreta realidad cubana y a la que habría que escuchar, lo que significa siempre darle participación en el quehacer político?
Si esa minoría tiene programas, concepciones políticas e ideológicas, cuando las tiene, para llegar al poder y que garantizaran intereses económicos, opuestos a los intereses de las mayorías, me preguntaba, ¿debiera recurrirse al diálogo con ella, a la política de los consensos, a la negociación con ella? Imaginaba una clase media en ascenso que haya sido empoderada económicamente, a intelectuales orgánicos de esos intereses, grupos que hayan mejorado muy visiblemente sus condiciones de vida, digamos los ganadores de una fractura social, ante una masa mayoritaria que no gozara de esa prosperidad, pero que todavía tenía un gobierno que no la había traicionado. Y me acordé de las propuestas de un cierto presidente que le hizo una visita a un cierto país.
Hasta donde se conoce, la minoría política, por cierto exigua, que se puede identificar con claridad hoy en Cuba, es la financiada “disidencia”, que no es propiamente una disidencia leal, ni una minoría válida para garantizar la soberanía del país, primero porque no tienen otro programa que no sea la anexión cultural, o la conversión de Cuba en una sociedad capitalista, o cuanto menos, neocolonial, y segundo porque no tiene base social, como lo han reconocido incluso funcionarios y analistas norteamericanos. Me pregunté, ¿es esa minoría la que debe ser escuchada? ¿Es esa minoría la que debe tener acceso a la prensa para difundir sus ideas? ¿Es esa minoría la que debe tener acceso al poder? ¿Es esa la que debe formar partidos y participar en elecciones? Porque el poder es la cuestión que está en debate, aunque no se confiese. Más concretamente: ¿si hay una minoría en Cuba que desea un sistema capitalista, o propone soluciones que lleven al país a perder su soberanía, esa es la minoría a la que la mayoría debe escuchar y dar oportunidad de gobierno y acción política? ¿Ese es el deber de la democracia? ¿de cuál democracia? ¿se deben seguir los esquemas de esas democracias que no respetan ni escuchan ni a las mayorías que los han elegido? ¿O se me dirá que naturalmente no, que hay otra que llamamos democracia socialista? ¿se podría describir como hoy se puede estudiar y describir el sistema que más conocemos que es el capitalista? ¿Valen entonces las simples generalizaciones y lo poco que se ha validado en la práctica sobre las democracias?¿Vale únicamente lo que se quiere imponer como democracia?
Finalmente me pregunté, ¿será esa minoría que hay que escuchar, la formada por cierta intelectualidad y por un cierto sector más acomodado, junto a ciertos aliados externos que visiblemente muestran una opción “centrista”, (es decir, no socialista) pero que no se quiere reconocer de esencia de derecha, que se cree distinta (recordemos esta palabra en la definición de Cuba Posible) y optan por la pluralidad política? ¿Es el centrismo hoy un camino al socialismo, propuestas que creen que una economía mayoritariamente basada en la propiedad privada y la concepción capitalista de los derechos humanos, algo distinto al tipo de democracia que no sea la que realmente conocemos? ¿Un gobierno de ese tipo escuchará a las mayorías e incluso, escuchará a otras minorías que no sean las suyas? Me temo que hasta ahora no podemos tener esa ilusa esperanza política.
Hasta que la proposición de estos estudiosos no identifique claramente cuál es esa concreta minoría, pero en las actuales y concretas condiciones de Cuba, en su composición social y económica de este momento y con una evaluación de toda la complejidad geopolítica del país, nada han dicho. Sólo peligrosas generalidades. Peligrosas porque esconden el deseo del retorno a la “normalidad” capitalista. Es la consecuencia del uso abstracto de las categorías de democracia y empoderamiento, el seguimiento de tradiciones que se han de actualizar, además de una muy curiosa definición. Se pudiera aceptar su buena intención, si la hubiere, lo que no se entiende es su concreta pertinencia, en Cuba, ni a qué minoría (política) se refiere.
Una enseñanza de la historia cuya letra ha entrado con mucha sangre y sufrimiento, demuestra que cuando existen diferencias antagónicas de intereses de clases, no se puede hablar sino de gran ventaja de los que tienen la economía en sus manos. Si en Cuba los niveles de igualdad que existieron hasta los comienzos de la década de los 90, posteriormente no han sido los mismos, y por causas muy bien concretas, no puede afirmarse con propiedad que la sociedad cubana esté seriamente fracturada por la existencia de clases sociales antagónicas, no existen en Cuba los intereses de grandes propietarios capitalistas opuestos a los intereses de la mayoría de la población. Lo que sí existe es una intromisión externa y un sector interno que ahora afina nuevos canales y procedimientos que estarán presente en cualquier escenario del quehacer socio-político propicio a sus objetivos. Supongo que esa no sería la minoría que debe escuchar la mayoría. ¿O sí?
Ahora: si el consenso de que se habla es entre, y dentro de, esas fuerzas sociales mayoritarias que han votado muy cerca del ciento por ciento en todas las votaciones por la actual forma del gobierno cubano, si se trata de un diálogo entre personas y sectores que tienen un mismo objetivo socialista y apoyan, aunque críticamente para mejorarla, las formas democráticas que se ha implementado, si es entre la sociedad que ve y acepta el papel rector que cumple el Partido Comunista en el país, por supuesto que el debate, la búsqueda de consenso y el diálogo continuo es imprescindible y ha sido sistemáticamente utilizado de una forma u otra, como una forma de la democracia que Cuba ha querido y ha podido darse a sí misma. Pero en ese escenario no pueden tener un lugar minorías que quieren hacer bogar la nave hacia otros rumbos muy distintos. Los que hablan de “consensos”, diálogos y empoderamientos desde esas minorías que abogan por sacar de la Constitución el carácter socialista de la nación cubana están claramente a favor del capitalismo. Hay que decirlo claramente y denunciarlo.
Cuba (y ningún país que ha intentado algo diferente a lo que exige el pensamiento único del modelo de la democracia burguesa) nunca ha dejado de ser objeto de ataques a su autodeterminación. Ni lo será ahora pese a las promesas de normalización, sino que estos se agudizarán y se harán más sutiles y mucho más difíciles de visualizar y contrarrestar.
Por otra parte, hoy la historia nos demuestra hasta la saciedad que incluso en aquellos países que hacen uso de los mecanismos democráticos que se tienen como los únicos válidos (los sistemas pluripartidistas, etc.), las opciones en beneficio de las mayorías son atacadas por todas las vías posibles, aunque hayan sido legitimadas por las vías de las votaciones populares. Venezuela es el más claro ejemplo. Y Brasil ahora. Y Honduras antes. Y así ha sido siempre y será.
Los gobiernos progresistas que han alcanzado el poder por la vía de las elecciones en Latinoamérica, han cometido el pecado capital, o no han podido, desmontar las estructuras básicas del capitalismo en sus países y están comenzando a pagar sus consecuencias. Incluso gobiernos o personalidades que sólo se propusieron un capitalismo de rostro humano y disminuyeron la pobreza, como en Argentina o en Brasil, se ven como enemigos de los intereses capitalistas mundiales y son objeto hoy del mismo ataque de siempre.
Hoy al capitalismo mundial no le interesa tanto cómo se denomine un sistema, o cómo se alcance el poder, o haga lo que haga un país, siempre que no se atreva a lo único que no permiten: que se dañen sus intereses y se vea en peligro su hegemonía. En Europa, Grecia aplicó la democracia: hizo un referéndum y las fuerzas combinadas de la Troika la castigó ejemplarmente con más sometimiento. En resumen, donde quiera que la aplicación de lo que hoy se tiene por democracia no da los resultados esperados, se pasa por encima de ella, es decir, la aplastan sin democracia alguna.
Entonces, ¿por qué Cuba ha de adoptar lo que no hay ninguna duda que no respetarán nunca? ¿Por qué Cuba tiene que dar espacio y lugar a esas minorías? ¿O hay otra en Cuba?
¿Dónde los estudiosos de estos temas muestran y demuestran, así sea con algún grado de plausibilidad y factibilidad, las ideas, los proyectos que tienen o tendrían esas minorías no políticamente antagónicas? Son necesarias algo más que sugerencias generalizadoras como diálogo, debate, empoderamiento, consenso, negociación, minorías que deben ser escuchadas, más democracia, pluralismo político, concepciones distintas. Resulta muy cómodo desde alguna academia hacer ciertas reivindicaciones conceptuales, sin otros resultados a presentar que esas reivindicaciones. De una academia se esperaría mucho más.
En mi opinión, eso no basta. Todo lo que proponen: diálogo, debate, consensos, empoderamiento, más democracia, es algo obvio y justo mientras cada uno de esos conceptos tenga un adjetivo: socialista, que es la opción que ha escogido y ratificado, aun en medio de durísimas pruebas, el pueblo cubano. Cuba necesita y necesitará siempre mejorar su sistema político y de gobierno, pero precisamente en un diálogo interno entre las fuerzas mayoritarias escuchándose entre sí todas las minorías que se formen dentro de ella, mientras no sean las minorías que proponen un proyecto distinto al que Cuba debe seguir para continuar asegurando su soberanía.
Finalmente el pensamiento número # 2. En cuanto a la relación de los conceptos soberanía y democracia se ha propuesto una curiosa inversión. Recordemos esta afirmación # 2: “resulta vital hacer de nuestro país una sociedad más democrática, como paso indispensable para la preservación de su soberanía y la adecuada definición de su sistema político.”
¿No sería lógico pensar que es al revés? Cuba debe seguir asegurando su soberanía para que pueda seguir aspirando su proyecto de lograr un socialismo cada vez más democrático. Pero con su democracia. Toda la lucha de Cuba ha sido una defensa agónica de la soberanía, y es el principal mérito de su gente y de su forma de gobierno. No hay nada más allá, si ya no se tiene soberanía. No hay pueblo, ni nación, ni identidad, ni dignidad, ni posible democracia incluso, nada, sin soberanía. Estos dos conceptos no pueden verse por separado, son vasos comunicantes, pero si tienen una prioridad, esa es la soberanía. Sin soberanía socialista ninguna otra cosa será posible. Ni mucho menos si se le presta atención y espacio político a ciertas minorías que pretenden hacer a Cuba, a su soberanía e independencia, tan imposibles como lo fueron hasta 1959.
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