Por Eduardo del Llano
El anciano protagonista de Monólogo, la canción de Silvio, les muestra a los adolescentes con quienes sostiene un breve encuentro una foto de los tiempos en que actuaba, lo aclamaban multitudes y se divertía entre amigos y citas. Ellos no tienen la más puta idea de quién es y, a juzgar por los frecuentes llamados del viejo a que no se molesten, es probable que estén locos por irse e intercambien risitas entre ellos. Uno puede imaginar que tal vez una chica es la única que escucha, y el viejo se aferra a su frágil interés pues así casi revive, por unos segundos, sus orgullos perdidos: el éxito profesional y la habilidad de Casanova.
La imagen de la canción es a la vez tierna y aterradora, y no sólo para los artistas, aunque especialmente para nosotros. Tierna en tanto nos revela necesitados y vulnerables, pues cada uno quisiera para su vejez éxito y compañía; aterradora porque sabemos que la súplica del anciano cae en el emporio de la crueldad juvenil, esa banda aparte que siempre cree que el mundo surgió con ellos y que su generación es la única que importa, cuando lo cierto es que la corta edad no es un mérito en sí misma: hay jóvenes conservadores, acomodados, sin idealismo, sin ningún interés por cambiar nada. Cada generación forja sus propios héroes… aunque esta del Ipod no es que desdeñe el pasado, es que no sabe que ha existido. Pero, al mismo tiempo, el viejo hizo lo suyo: lo recuerden o no, su obra está ahí, sus vivencias lo salvan.
Aunque en lo personal todavía me falta un buen trecho para ser un anciano –el de la canción u otro con mejor suerte- es inevitable pensar a cada rato cómo será todo en treinta años, si estaré vivo, si alguien buscará todavía mis libros o sonreirá con mis películas. El arte es cada vez más un producto para usar y tirar, fugaz como el reinado de un color de ropa o un corte de pelo.
Hay otro olvido más abrupto, más feroz, que sobreviene cuando algo te sale mal y te dan por acabado. El artista cuyo nuevo álbum, libro o película significa un revés –y todos lo hemos tenido, de Chaplin a Spielberg, de los Beatles a García Márquez– sólo se salva si vuelve a crear, si retoma su viejo camino o se labra uno nuevo. Es sabido que no siempre el talento obtiene el triunfo que merece, ni todo lo exitoso es bueno, pero por otra parte tampoco puede uno refugiarse sistemáticamente en aquel razonamiento, en el papel del genio incomprendido que ya descubrirán y revalorizarán en el futuro; no, al menos, como excusa para cansarse de intentarlo, para dejar de crear y asumir la derrota como un halo romántico. La verdadera muerte está en rendirse, en acallar el alien que te rebulle adentro.
Peor es cuando el poder te utiliza y luego te echa a un lado. Mi padre, Candidato a Doctor en Ciencias Económicas, era el director de Cuba Socialista, una publicación teórica que, como casi todas las demás, teóricas o no, dejó de publicarse con el Período Especial; varios años después esos tipos de arriba decidieron volver a sacarla, nombraron un director de estreno… y el viejo, que no fue tronado ni mucho menos, que de hecho todo ese tiempo siguió cobrando como director, se enteró por el periódico de que su revista salía de nuevo… pues nadie se tomó siquiera el trabajo de llamarlo. La amargura resultante decoloró los últimos años de su vida, y no se recuperó de ella.
Al evocar la infinita tristeza del viejo, de cómo fue derrotado por el olvido, no estoy hablando de posiciones políticas, sino de supervivencia: en cualquier profesión o sistema social, por la causa que sea, quien está por encima puede hacernos víctimas de hijoeputadas semejantes, olvidarnos, botarnos como envases usados. Todos tenemos reveses, a todos nos tiran a mierda alguna vez, y es difícil rebasar esa sensación de que el mundo se acaba y tu existencia perdió sentido, pues no es ya que no te recuerde la posteridad, sino que te entierran en vida.
Pero en cualquier caso hay que seguir. No importa, ni hay receta infalible para saber si te recordarán o no. En definitiva, ¿cuántos de esos carcamales insensibles o esos adolescentes burlones podrán alguna vez tener delante un público en adoración, sentir que alguien encontró una respuesta vital después de leer tu libro o escuchar tu canción? ¿Cuántos conocen el placer de crear?
¿Cuántos saben lo que se siente?
P.S.: Hace unos días murió el realizador cubano Rogelio París.
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