jueves, 7 de abril de 2016

La enseñanza de Fidel.


 Por Carlos Luque Zayas Bazán





 Como era de esperar se ha escrito y hablado mucho sobre la visita del presidente norteamericano al país. Muy valiosos intelectuales, periodistas y estudiosos de prestigio y talento han desmontado hasta la minucia el significado del evento. también mucha gente común, dentro y fuera del país anfitrión, han coincidido con los análisis especializados que han separado la paja del grano. Se han señalado las diferencias entre lo que Cuba puede esperar y lo que el visitante se propuso. Pero también abundan opiniones que proceden de personas de las que se esperaría una mayor sagacidad en los temas en que son especialistas y una mayor agudeza política. Nos referimos a los que han evaluado la ocasión como la propicia para hacer mucho más énfasis en lo que Cuba debe mejorar, en sus deficiencias, precisamente en el momento álgido y un nuevo capítulo de una guerra cultural. Si existe el oportunismo político, también existe la evaluación de la oportunidad política. Esos han visto la oportunidad política propicia para subrayar errores internos, más que para contribuir a la unidad de los cubanos en torno a su gobierno.



El pueblo, el gobierno y el Partido cubanos de mucho tiempo atrás vienen transformando y mejorando las vías de participación democrática en la conducción del país. Lo que no se ha podido mejorar – a más de tener en cuenta que un proceso agredido es un proceso que cuenta con menos condiciones para minimizar los errores y vencer las dificultades – se ha debido en mayor medida a la accidentada historia de Cuba, una vez sea por el continuo asedio económico y las amenazas militares, otras por los derrumbes del campo económico a que pertenecía.


Sin embargo, en medio de la visita del presidente norteño, y aunque no era difícil ni para el más simple vecino adivinar cuál era el objetivo principal de la que fue una injerencia diplomáticamente tolerada, se han escuchado algunos muy enfáticos señalamientos de los problemas de casa, cuando lo que se le dice a cualquier niño que se pretende educar es que en el momento de la visita de un extraño tolerado, la familia no debe hacer relieve de sus diferencias internas. Es algo que se debe discutir después. Algo elemental, sobre todo cuando la visita es un encuentro entre contrarios, como muy bien se ha dicho.


Es algo sumamente preocupante que mucha gente común en Cuba y de otros lares, con sólo su inteligencia natural y sus estudios regulares, haya visto el verdadero rostro del imperialismo detrás de la rutilante sonrisa del grácil y juvenil Obama, y que, en cambio, personas con estudios y altas especialidades curriculares, se confundan tan a fondo y con sus escritos públicos intenten confundir a los demás. Parecería como que se quisiera destacar en medio de una ocasión que da visibilidad, como si el ego de la personal sapiencia y gesto de rebeldía y el lumbre de la inteligencia tuviera que brillar mucho más que los intereses de una nación, o fuera lo más importante.


Sólo quiero referirme a un tema entre varios.


Un comentarista cubano habla de los “alaridos” “que nos han avisado de los engaños de Obama”. Como efectivamente existieron esos engaños, las advertencias, considerada despectivamente gritería, no habrá estado de más, porque siempre será mucho más ético y necesario denunciar o advertir los engaños y mentiras de un enemigo disfrazado, que los susurros educados, encantados y sibilinos de la abyecta admiración de los que confunden y se dejan engañar por los rasgos personales supuestamente simpáticos e inteligentes de un presidente, que por definición, nunca dejará de representar los intereses imperiales de su élite, utilice los métodos que utilice, sea cual sea su personalidad o sobre todo cuando lo que dice de sí mismo lo desmiente su actuación local y mundial, antes e inmediatamente después.


¿Que no es Obama un imperialista ni un neocolonialista? Vaya, si no fuera algo tan grave se podría tomar hasta como un chiste, que ahora sí nos enteremos que una actuación política y diplomática de conveniencia, transforma por encanto la esencia del pensamiento imperialista, que es precisamente ser neocolonialista.


El poder inteligente no es más que un disfraz de ocasión: hasta la ocasión en que sea necesario desnudar el rostro, dejar caer la máscara, descubrir la mueca fascista debajo de la hermosa dentadura y bombardear pueblos enteros en cualquier lugar del mundo. ¿O cómo le llamamos a eso? Si no es un procedimiento en su esencia fascista y genocida señalar con el trazo digno de un mandarín en un listado el nombre del hombre que debe morir mañana fuera de la jurisdicción de su país, ¿qué nombre tiene?¿Acaso no es homicidio legitimado por leyes ilegítimas y, además, aplicadas por doquier? Si el terrorismo practicado por un estado, que es millones de veces más mortífero que cualquier otro atentado terrorista, y es además, la causa madre de todos los terrorismos, ¿qué nombre le damos?


¿Cómo es posible no considerar que no hay nada diferente– en su esencia imperialista- en un presidente de ese país?


¿Còmo no considerar que no hay nada diferente– en su esencia imperialista – entre los dos partidos norteamericanos que se alternan el poder?


¿Cómo es posible olvidar que son más los presidentes demócratas que han iniciado guerras desastrosas para la humanidad, que sus mismos aparentes opositores republicanos?¿Cómo es posible confundir las esencias con las apariencias?


A alentar y sostener la ofensiva contra los gobiernos latinoamericanos que se le oponen, ¿qué nombre darle? ¿No es el fascismo sólo un grado más – cuando es necesario – de la violencia del capital? La actitud de una administración norteamericana sólo es un grado, o cuantos grados se quiera, inferior al fascismo, asumido en esa dosis menos visible cuando le es necesario en determinada coyuntura y con países seleccionados. Un presidente norteamericano no es fascista ni colonial o neocolonial, que también son gradaciones de una misma esencia, porque no acuda en un país a los métodos fascistas, cuando sí lo hace en otros.


Obama ha confundido a mentes inteligentes, a personas que parecen bien intencionadas, quizás más preocupadas por sus individuales talentos, y en eso sí ha tenido éxito su inteligente proceder. Sus tácticas se dirigen principalmente a los jóvenes y a los intelectuales. Pero hay que decir, que la inteligencia que se engaña es una inteligencia que estaba apta para dejarse engañar, o no es inteligencia. Ahora se alaban las tecnologías de la manipulación y hasta se aconseja que se estudien y adopten en el país. Ahora se les pide a nuestros gobernantes que salgan en la TV con sus familias para adoptar los mismos maquillajes y procedimientos de manipulación de la imagen, para que den una hipócrita sensación de familiaridad y cercanía con los “humildes”, para que hagan las mismas funciones circenses. Pero creo que son muchos más los cubanos que han aprendido de la dignidad de Fidel, que de la falsedad de Cutting.


El día que los dirigentes de la Revolución hagan uso de uno solo de esos procedimientos que obnubilan las entendederas de alguna gente, sí que ya será el principio del fin de la Revolución y por cierto, de lo mejor de la cubanía. Y si eso ocurriera hay cubanos que no lo aceptarán y por eso siempre habrá Revolución. Esa ha sido la penúltima enseñanza de Fidel.



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