Por: Domingo Amuchástegui
Foto: Henri Cartier-Bresson.
Con gran interés y cuidado he leído el análisis de Humberto Pérez junto con algunos de los extensos comentarios, muy favorables, de algunos bien conocidos especialistas. La lectura de estos materiales obliga a todos a una reflexión bien crítica dado que involucra un complejo de componentes que gravitaron, y siguen gravitando, sobre nuestra experiencia de mil maneras diferentes.
No pretendo otra cosa que argumentar algunas observaciones y criterios en torno a algunos puntos de los abordados por Humberto Pérez, pues si vamos con nuestros argumentos a historiar sobre temas cruciales de los que fuimos participantes y a los que dedicamos nuestras vidas, entonces que cada cual presente su interpretación de los hechos, de sus causas y circunstancias sin olvidar las lecciones de la película Rashomon y que no se trata de una sola historia o de un monopolio de tesis, sino de muchas historias, condicionadas por el papel que cada cual desempeñó, su acceso a información, sus compromisos, actuación y prejuicios.
1. Es imposible producir una valoración completa y balanceada del período 1971-1985 sin abordar la suma de condicionantes que lo preceden. No se puede mencionar la política agraria de los 60 –uno de nuestros muchos talones de Aquiles– para omitir su análisis con la frase fácil de “independiente de la explicación y justificación”, y limitarse a decir que no fue resultado de los años 70 y de la afiliación al CAME; tampoco aludir a “concepciones equivocadas” sin abordar cuáles, sus circunstancias y quiénes fueron sus gestores o responsables.
En el período 1959-1970 se perfilaron políticas e iniciativas y métodos de dirección que marcaron de manera positiva en unos casos, de manera negativa en otros, muchos de los rumbos desandados entre 1971 y 1985. ¿Por dónde arrancamos si no fue por el turismo, con el INIT y sus primeros proyectos hasta la celebración de la conferencia de la ASTA en La Habana? ¿Por qué no cristalizó? ¿Solo por el bloqueo?
La reforma agraria inicialmente pensada y sus formas auténticamente cooperativas como se comprueba en los primeros dieciocho meses, ceden su impulso inicial a los argumentos de que “los cooperativistas se estaban haciendo ricos”, acompañados del corolario de que había que detener semejante tendencia y ningún recurso mejor que “la propiedad del pueblo”, entiéndase la estatización de más de 80% de las tierras cultivables y la entronización de las granjas del pueblo, de cuyo desempeño mayoritariamente improductivo e incosteable –incluido el período 1971-1985– se ha hablado y escrito de sobra.
Una y otra vez en esta década, los muchos proyectos que las políticas estatales buscaron para modernizar la agricultura desembocaban en sonados y costosos desastres, llámese Cordón de La Habana, el café caturra, el cultivo del gandul, los planes asociados a las teorías del francés André Voisin, la mecanización de la cosecha de caña de azúcar y otras, de una ganadería de lujo que fue de Rosafé Signet a Ubre Blanca pasando por las F-1 o F-2 y una variedad de los así llamados “planes especiales” fuera de toda planificación y sin importar costos y resultados, mostrando errores y fallos que no deberían repetirse y que de una manera u otra se repetirían en las décadas siguientes.
Los diseños de un gran proyecto de industrialización –con siderurgias y fábricas incluidas– y su ministerio correspondiente llamado a “liberar” a Cuba de su dependencia casi absoluta del azúcar, no pasa de ser un sueño de verano debido a muy diversas condiciones: Cuba no dispone de los recursos minerales y energéticos capaces de apoyar tal industrialización; las contadas industrias y maquinaria industrial que ofrecٌían Europa Oriental y la URSS eran “cacharros” (el término no es de mi cosecha) de todo tipo en su abrumadora mayoría, de ante-guerra o de los años 40, carentes de piezas de repuesto, de elevado consumo energético, al igual que sus medios de transporte. La dirigencia soviética era particularmente hostil a semejante proyecto y con insistencia buscó disuadir a la dirigencia cubana de un rumbo semejante de industrialización.
La industria de la pesca fue una exitosa iniciativa durante estos años, la que llegaría a mediados de los 70 a colocarse como segunda fuente de divisas del país con una flota capaz de operar en todas las latitudes y de la que hoy queda muy poco. Lo fue también en esos años y en muchos planos la tan añorada marina mercante.
No menos relevante lo fueron las políticas para solucionar, o al menos atenuar, el acuciante problema de la vivienda. La creación del INAV con sus mecanismos iniciales de financiamiento, “las casas de Pastorita” y el Departamento de Viviendas Campesinas del INRA, fueron soluciones que, abandonadas después al igual que las microbrigadas de los 70, el proyecto urbanístico de Centro Habana y otros, agudizaron las tensiones habitacionales que hoy todavía presionan como urgente prioridad social no resuelta.
Por otro lado, la concepción –seguida de las acciones prácticas– para fomentar un desarrollo de las ciencias, tiene su punto de partida en la década de los 60 y la fundación del CNIC es un hito inseparable de los éxitos de hoy, como también es inseparable del multifacético proceso de formación de capital humano acometido desde aquellos años.
Pero, emitir juicios omitiendo factores y diferentes dimensiones importantes, desdibuja y parcializa cualquier abordaje que busque integralidad. Dirigir una economía abierta en condiciones de extremas tensiones externas, con una militancia que promediaba cuarto grado de escolaridad hacia 1968, no era tarea fácil; como tampoco lo hacía fácil “un enemigo a las puertas,” un estado de virtual guerra civil, con Girón, la Crisis de Octubre y con alzados e infiltraciones en todas las provincias hasta 1965, con un bloqueo intenso, con años de precios del azúcar por el suelo.
Tampoco pueden ser olvidadas circunstancias como las presiones y choques con nuestros aliados socialistas. Se alude en algún momento a la “microfracción” –término que nada dice a las jóvenes generaciones–, pero acerca de lo cual hay mucho más que explicar para tener un contexto completo.
Hacia comienzos de 1962, el grueso de la membresía vieja y nueva del Partido Socialista Popular (PSP) bajo el liderazgo de Aníbal Escalante y en estrecha complicidad y aliento por parte del embajador soviético, Serguei Kudriatzev, casi completaron un proceso de “todo el poder para los soviets”, a la cubana, esto es, para el PSP, pasando a controlar posiciones claves de poder, desde los órganos de la Seguridad del Estado hasta las FAR, las jefaturas de las provincias, donde los excesos de poder y abusos abundaron, donde combatientes del Ejército Rebelde, del MR-26 de Julio y del DR-13 de Marzo fueron discriminados, destituidos, estigmatizados y rodeados de una tremenda atmósfera de desconfianza política y hostigamientos. ¿Acaso vamos a borrar de la memoria los descontentos que produjeron? ¿Se quiere olvidar el caso de la provincia de Matanzas que para 1962 estaba repleta de alzados y escenificaba las protestas de Cárdenas como secuelas inseparables de semejantes políticas dirigidas aquí por “El Abuelo” (Calderío) y Jesús Suárez (Restano)? Los ejemplos sobran.
Reducir esto a frases como “período del sectarismo” o “microfracción” es minimizar o anular un gravísimo proceso que no pocos hemos considerado siempre como la gestación de un virtual golpe de Estado contra el comandante Fidel Castro, hipótesis que algunos considerarán exagerada, pero que puede ser perfectamente documentada y argumentada. Es muy difícil concebir que el apoyo y aliento de Kudriatzev fuera algo unilateral de su parte (inconcebible para un alto funcionario de la KGB convertido en diplomático) y no algo alentado directamente por la dirigencia soviética. Que no se olvide que dicho embajador fue expulsado en menos de veinticuatro horas de Cuba y bajo fuerte escolta militar, cosa esta que no pocos caracterizaron en su momento como virtual arresto. Nadie trate de pasar por alto la enorme trascendencia de estos acontecimientos. Empezando por el propio Che en su famoso análisis sobre el hombre nuevo en Cuba –incisivo en destacar la peligrosidad de estos acontecimientos– hace más de cincuenta años hasta los comentarios recientes del comandante Oscar Fernández Mell –en esta misma serie de Catalejo dedicada al Partido–, donde se destaca todo lo perjudicial de tales acontecimientos, bastarían para reconocer la necesidad del tratamiento en profundidad de estos episodios críticos del proceso revolucionario cubano.
Y a esta primera crisis en las relaciones con la dirigencia soviética siguió una segunda en pocos meses debido a la forma inconsulta y humillante de la Crisis de Octubre por parte de los dirigentes soviéticos; y a esta una tercera, de 1965 a 1968, donde se adoptaron severas acciones unilaterales de parte de la URSS contra nuestro país con la suspensión de cualquier cantidad de financiamientos de proyectos y suministros previamente comprometidos que llegaron incluso a dañar seriamente no solo los planes económicos, sino incluso la capacidad defensiva de Cuba en esos momentos con drásticos recortes en suministros energéticos, piezas de repuesto, equipamientos y otros. En la memoria de no pocos están los primeros apagones que en número creciente se producían hacia 1968. El término “microfracción”, en el contexto de los inicios de 1968, sugiere solo una fracción muy pequeña. ¿Y nada más? ¿Acaso esos elementos, por pocos que fueran, no se complotaban activamente con todas las embajadas socialistas de Europa, y la soviética en primer lugar, las que alentaban sus pronunciamientos y actividades hostiles y contrarias a las políticas que impulsaban la dirigencia cubana por ese entonces?
Un capítulo similar, y paralelo, llevó a la dirigencia china a adoptar recortes económicos unilaterales que redujeron nuestras relaciones a un mínimo por más de treinta años, lo que supuso un importante vacío en nuestras relaciones económicas en el período al que se refiere Humberto Pérez. Claro que el volumen de comercio y variedad de importaciones del país asiático en los 60 era mucho menor, pero no por ello dejó de golpear nuestra economía de manera significativa. Las divergencias, choques públicos y relaciones económicas reducidas a un mínimo, se prolongarían durante varias décadas.
Y fue en semejante contexto que se decidió poner en práctica la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968, cuyas consecuencias todavía seguimos pagando, aunque ahora apenas comenzamos una modesta rectificación. Todos criticamos dicha “ofensiva” como un desastre, pues de inmediato se comprobaron sus desastrosas consecuencias, pero nada se hizo para rectificar dicho proceso y sus consecuencias, ni antes del 70 ni durante los quince años de Humberto Pérez. Dicen que rectificar es de sabios, pero en este caso nadie insistió o argumentó a favor de una rectificación.
Se alude por igual a la Zafra de los 10 Millones y sus dieciocho meses precedentes. ¿Acaso es posible valorar su fracaso sin tener en cuenta las situaciones antes descritas? ¿Alguien tiene idea del impacto sobre la industria azucarera de aquellas circunstancias; de la imposibilidad de una modernización y mecanización apremiantes asi como de gestionar piezas claves para dicha industria; de las enormes limitaciones tecnológicas y demoras de las industrias de nuestros aliados en suplir nuestras urgentes necesidades? No fue un criterio antojadizo ni improvisado el de Orlando Borrego cuestionar el alcanzar semejante objetivo dada la incapacidad industrial de hacerlo producto de los problemas apuntados. Y aquí cabe una pequeña corrección a Humberto Pérez: Fidel no anuncia que no se alcanzarán los Diez Millones en una comparecencia por TV; lo hace en acto público frente a la antigua embajada de los Estados Unidos, cuyos espacios colmados de pueblo, recibían con alegría la liberación y regreso a la patria de los pescadores secuestrados por terroristas de Miami, nuestro “11x0”, como lo cantara Pablo Milanés. El impacto de semejante revés fue tal que hasta el propio Fidel Castro puso su renuncia a disposición del Buró Político.
¿Son o no factores que influyeron en medida considerable en la configuración de nuestra experiencia en los albores de la década de los 70, cuando recién se iniciaba una normalización de las relaciones con la dirigencia soviética luego del apoyo crítico brindado por la dirigencia cubana a la intervención soviética en Checoslovaquia?
2. Una y otra vez se repite la noción por parte de Humberto Pérez de que el único período de crecimiento y desarrollo es el de los quince años transcurridos entre 1970 y 1985, en el que se triplicó el PIB, a pesar de los errores e insuficiencias… Y las cifras que se aportan así parecerían demostrarlo. Pero no es esto exactamente lo que debe ser reexaminado y discutido. En primer lugar, resulta muy incongruente eso de hacer crecer sostenidamente el PIB durante quince años y afirmar, al mismo tiempo, “a pesar de los errores e insufiencias”. Si los hubo hay que explicar de qué manera o en qué medida afectaron o no semejantes logros pues por lo que se dice dichos errores e insuficiencias, al parecer, no le hicieron ni cosquillas al excelente desenvolvimiento que se describe.
En su análisis, Humberto Pérez, asevera que las tesis y políticas adoptadas por el Primer Congreso del Partido (1975) fueron descuidadas, abandonadas, engavetadas, deformadas, tergiversadas y contravenidas en la práctica de años posteriores […] que no gustaban lo suficiente ni satisfacían y convencían a plenitud a toda la dirección del país en aquellos momentos, que las aceptó y aprobó con reservas y desconfianza desde un inicio debido a las similitudes que tenían con los sistemas de dirección económicos que se aplicaban en los países del CAME y a las advertencies que había dejado escritas el Che respecto a los riesgos que los mismos representaban para el futuro del socialismo.
Después de esta docena de calificativos, cualquiera puede concluir que si todo eso ocurrió (sin fechas, razones, contexto, individualización de las responsabilidades y otros criterios claves para una mejor comprensión), entonces cómo fue posible mantener el crecimiento del PIB por quince años y que, paralelamente, se diga que fue “la época en que más avances se tuvo”. ¿Hubo magia o milagro? Esos quince años, tal cual los dibuja Humberto Pérez, tienen un fuerte sabor a la famosa novela de Remarque, Sin novedad en el frente.
El factor decisivo en esos incrementos del PIB no lo fueron los diseños institucionales y de política económica mencionados por el autor, sino los acuerdos económicos concertados con los soviéticos que incluían algunos proyectos industriales importantes (junto a negarse a acometer otros de suma importancia), con todo género de créditos blandos, precios “deslizantes”, comercio de trueque y otro sinfín de facilidades en el ámbito de la cooperación, incluyendo siempre la carga de los gastos militares y establecimiento de industrias militares. Esto facilitó un crecimiento extensivo como nunca antes.
Los soviéticos, por primera vez, nos aseguraron un tratamiento privilegiado por algunos años, excepcional y único en las relaciones económicas internacionales y que eran la inyección que hacía crecer nuestro PIB de la manera indicada por Humberto Pérez a cambio de dejarnos como simple exportador de azúcar, citrícos y níquel (sin desagregar su añadido de cobalto que durante muchos años los soviéticos procesaron para su total beneficio). Esos crecimientos nunca tuvieron un carácter intensivo, sostenible y a largo plazo. Esta excepcionalidad es inseparable de los niveles de crecimiento alcanzados en esos quince años.
Los diseños institucionales y de política jugaron un papel muy relativo y mucho menor al que le adjudica el autor. No hay que olvidar el legado histórico acerca de la legislación del Consejo de Indias con aquello de que sus leyes “se acatan, pero no se cumplen”. Si la relación excepcional con la Unión Soviética fue el factor principal, un segundo factor de no menor importancia fueron los abundantes créditos y proyectos de cooperación que Japón, España, Francia, Suecia, Argentina y otros países le extendieron a Cuba, sin olvidar que durante parte de los años del exitoso período que nos describe este trabajo de Humberto Pérez, Japón llegó a ser el segundo socio comercial de Cuba.
No puede olvidarse una anécdota bien ilustrativa, Un jefe de la industria militar –el hoy general de brigada Luis Pérez Róspide– a fines de los años 70 le muestra una pieza de tecnología soviética a Fidel y este –tras algunas preguntas que expresaban serias dudas– lo manda a aprender una tecnología más avanzada en una planta industrial japonesa que se construía en Guanabacoa. Elocuente ejemplo, ¿no?
Los créditos, tecnologías y proyectos de cooperación de estos mercados capitalistas fueron mal manejados hasta agotar sus potenciales; no se pagaban ni renegociaban de manera inteligente y viable con vistas a su continuidad; prevalecía la inmediatez y el no pago hasta el punto de desembocar en 1986, cuando Cuba anunciaba a sus acreedores su incapacidad para cumplir con sus obligaciones. Si nuestra economía de 1971 a 1985 hubiera estado en situación tan boyante, como la que se describe, no habría razón ni justificación para tomar la decision de no pagar al año siguiente, casi de la noche a la mañana, en 1986. En todo caso, el crecimiento sostenido que se describe durante tres quinquenios de muy poco sirvió a una economía en virtual bancarrota menos de un año más tarde. Si esto es así, entonces hay algo que no encaja, que no se corresponde, entre el cuadro exitoso que nos presenta Humberto Pérez y la situación de bancarrota que se reconocía en 1986.
¿Qué se hizo para mantener esa diversidad de mercados y fuentes de crédito y cooperación, de la que hoy se habla como componente vital de nuestras vinculaciones internacionales e independencia nacional? Nuestros intercambios se concentraron casi abosulatamente en los mercados soviéticos y de Europa del Este. Los créditos, financiamientos y proyectos de estas latitudes comenzarían a disminuir rápidamente para fines de la década de los 70. En el curso de los 80, esta tendencia no hizo sino empeorar, situación sobre la cual venían influyendo diferencias y conflictos con los soviéticos. A esta situación llegamos también como colofón de las políticas del período 1970-1985, de lo que el autor no dice ni una palabra.
Y si esto no es así, ¿alguien puede explicar por qué, coincidiendo en tiempo y espacio, las FAR comienzan a experimentar exitosamente un nuevo diseño económico conocido como Perfeccionamiento Empresarial y cuyos principios y experiencias andaban más cerca de la heterodoxia que de la ortodoxia del sistema de dirección empresarial? Si no se admite que todo el contexto económico comenzaba a modificarse seriamente en el primer quinquenio de los 80, es porque no queremos ver las cosas como eran en realidad y en qué dirección real se movían.
Durante esos quince años de tantos éxitos no solo comenzaron marcadas declinaciones o total colapso en esferas como la pesca, desapareciendo los Mar-INIT, las pescaderías compradas en Argentina, la marina mercante, la producción de alimentos, la construcción de viviendas, la industria ligera y alimentaria, planes millonarios como Valles de Picadura, “la revolución de los rendimientos”, o la central electronuclear de Cienfuegos. La palabra mantenimiento había desaparecido del sistema con todas sus implicaciones dañinas. La práctica –convertida en vicio sistémico– de que una vez categorizado como prioritario cualquier proyecto, se concentraban hacia él unilateralmente todos los recursos, en detrimento de todo lo demás, comportó serias distorsiones y abandonos; la capacidad de simultanear proyectos armónicamente y no con semejante unilateralidad, no terminó en los 70-80; se agudizó como tendencia predominante. De nuevo, los ejemplos sobran.
Las reservas de mucha gente con lo de andar copiando los sistemas de la URSS y países del CAME no nacían de prejuicios irracionales; no eran solo las sabias advertencias del Che y unos pocos; nacían de las vivencias y experiencias de muchos de nuestros contactos con esos países y su quehacer económico e institucional. Pasados los sueños y fantasías en torno al socialismo en Europa del Este, constatamos que, ciertamente, vino importado, impuesto y mantenido por los tanques soviéticos y que eran –como afirmó un ilustre poeta y comunista español Rafael Alberti a principios de los 60 a su paso por Bucarest– “realidades sostenidas por los pelos”. Los frecuentes viajes a La Habana del dirigente soviético Nikolai Baibakov, gran señor del GOSPLAN, nos recordaba a todos que la relación con la URSS era mucho más que una simple copia; tendía a construir una relación de dependencia y vulnerabilidad que se haría dramáticamente visible desde antes del derrumbe simbólico del Muro de Berlín y el colapso de la URSS.
La declinación y crisis de nuestras relaciones con los soviéticos –a las que Humberto Pérez no dedica ni una línea– durante el período dorado que se discute incluyó episodios como:
- Apoyo soviético a los golpistas llamados “fraccionistas” en Angola a los que Cuba se enfrentó militarmente en apoyo a Neto y sus compañeros (1978).
- Hostilidad soviética a nuestras acciones en Etiopía (participación directa de Cuba, apoyar o no a Mengistu, participar o no en aplastar la Resistencia en Eritrea).
- Choques durante intentona golpista en Yemen del Sur entre el ejército (asesorado por los soviéticos) y las milicias (asesoradas por los cubanos).
- Choque frontal y desacuerdos con los soviéticos por su intervención militar en Afganistán.
- Fin de la cooperación militar trilateral entre los soviéticos, los angolanos y cubanos en los años anteriores a la crisis desatada por la ofensiva UNITA-Sudáfrica de 1986.
- Granada y Centroamérica. Para mayores detalles, léase la entrevista del presidente Raúl Castro sobre las tensiones y desacuerdos con los soviéticos en El Sol, de México y las partes correspondientes en su recién publicada biografía.
¿En qué medida estos acontecimientos influyeron en esos quince años? ¿Tuvieron algo que ver con los abandonos, engavetamientos, tergiversaciones, etc. a los que alude Humberto Pérez o no? ¿En esos quince años no hubo un viraje dramático en las relaciones soviético-cubanas hacia fines de los 70 que impactó negativamente –con sobrada razón– en la visión, prioridades y acciones de la dirigencia cubana? ¿Es acaso pura coincidencia que justo al mismo tiempo la dirigencia cubana empezara a normalizar sus relaciones con los Estados Unidos e iniciara los contactos con Bernardo Benes para procurar una normalización acelerada con la comunidad cubana exiliada?
Para Humberto Pérez nada de esto parece tener relación, ser importante ni gravitar sobre su crítica al abandono de las políticas adoptadas en 1975. En mi opinion, esta contextualización sí, categóricamente, es indispensable y su ausencia del texto de Humberto Pérez mutila una mejor y más cabal comprensión de nuestro acontecer histórico en esos años.
3. Nos enteramos mediante el texto en cuestión que la dirigencia había procedido a lecturas y discusiones de textos que iban desde Trotsky hasta Lieberman, desde Gramsci hasta el eurocomunismo. Prácticas inteligentes y muy saludables; lástima que dichas lecturas fueran clasificadas de ahí para abajo como anatemas y como justificación para acusaciones y sanciones de todo tipo cuando en medios académicos, profesionales, centros de estudios u otras instituciones alguien cometiera el pecado de abogar por dichas lecturas en tanto que durante esos tres brillantes quinquenios proliferaran las más reaccionarias tendencias del pensamiento dogmático y la intolerancia, desde convertir a nuestro apóstol José Martí en “héroe nacional” y tratar de forzar un ateísmo científico que en nada contribuyó a la unidad y desarrollo humano de nuestro pueblo. Es una lástima que por entonces no incluyeran algunas lecturas en torno al policentrismo por el que abogaba el entonces influyente Partido Comunista Italiano (PCI).
4. Humberto Pérez acude a una cita de Fidel con aquella idea clave de que “el Partido no administra: orienta, dirige…” aunque él y todos nosotros sabemos que fue una de las tantas reglas de oro enunciadas, pero nunca cumplidas. Es otro buen ejemplo de que “se acata, pero no se cumple”. La excelente incursión que hace el autor por los caminos del Poder Popular, desde la base hasta la Asamblea Nacional, y de sus experiencias hasta hoy, no solo son absolutamente ciertas, sino que son otra prueba de los enunciados atinados, seguidos de las prácticas indebidas y menos aconsejables. Y dígalo con toda transparencia: Fidel, y junto con él todos los dirigentes, incluyendo a Humberto Pérez, ha sido responsable de mucho de eso. Fidel mismo lo ha reconocido públicamente, en plena Asamblea Nacional en más de una ocasión.
5. Para terminar, debo destacar el reto que lanza Humberto Pérez cuando propone discutir dos extremos polarizados y tomar posición. Plantea que si entre 1970 y 1985 predominó el pensamiento ortodoxo y dogmático, este ha sido el único período de crecimiento y desarrollo económico en los cincuenta y cinco años de nuestro proceso; mientras que el quinquenio inmediatamente anterior de 1966-1970 en que predominó el pensamiento heterodoxo, fue de retroceso y atrasos en nuestra economía. ¿Por cuál de los dos optamos? Si bien la tríada hegeliana pudiera sugerir el predominio de la síntesis al dilema planteado por Humberto Pérez, él nos propone tomar partido por una de las dos alternativas. En este caso, yo tomo partido por el pensamiento heterodoxo en cualquier circunstancia, latitud o desafíos, con el debido respeto para con los que difieran de mi elección. Pero con una aclaración muy importante: su descripción del período al que nos remite no es aceptable; el contexto real e integral de esos años tiene necesariamente que incorporar los contenidos que he mencionado. Lo otro es una manera parcializada de caracterizar el problema.
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