Por Julio César Guanche, Cuba Posible
El discurso de Obama es buena oratoria, pero me interesa ahora aludir a otra de sus dimensiones. Es el discurso de un político entrenado en hacer política frente a críticos, adversarios, enemigos y diferentes. Este sustrato es el lenguaje común de la política desde que esta se procesa a través del sufragio universal. Ese lenguaje da cabida a mentiras simpáticas y a verdades como templos. En cada caso, es imprescindible. Los amantes de la verdad saben que la única forma de evitar la mentira es abolir la política. Por eso, combaten la mentira, no la política.
Obama dijo verdades. Los derechos son universales, la democracia es el mejor recurso disponible, los derechos de salud y educación son básicos, el racismo y la desigualdad deben ser combatidos, necesitamos de libertad individual y de libertad económica.
Son, a su vez, medias verdades. En los propios Estados Unidos los derechos se reconocen según una matriz que privilegia unos sobre otros, el individualismo produce atomizaciones que rompen lazos sociales y comunitarios; el libre mercado genera tanta eficiencia económica como asimetrías políticas y desigualdades sociales; y la vida política se oligarquiza a pesar del pluralismo social y del multipartidismo.
Contiene a su vez mentiras. Obama olvidó mencionar Guantánamo y la mantención de programas estatales de subversión al tiempo que hablaba de la soberanía de los cubanos sobre su tierra y su futuro. Presentó una visión “consensualista” de la comunidad cubana en el exterior unificada en el deseo del bien para su nación, cuando contiene también mucha conflictividad hacia su interior.
Son, a su vez, interpretaciones. La idea de Martí sobre la libertad como “posibilidad de pensar y hablar sin hipocresía” se refería a la libertad de expresión, pero a bastante más que ello. Martí incluía la democratización de la propiedad, el comercio internacional justo y la justicia social y, por todo ello, era crítico de varios rasgos capitalistas que hoy se han multiplicado hasta el infinito en el país que Obama preside.
Ahora bien, con sus verdades, medias verdades, mentiras e interpretaciones, el discurso de Obama “sirvió”. Y sirvió mucho.
Por primera vez en más de medio siglo, Estados Unidos y Cuba se sitúan en el mismo plano: en el de la política en la que caben las verdades, las mentiras y las interpretaciones. El enfoque de “la rosa blanca”, ese otro nombre de la política, es infinitamente mejor que el plano del amigo-enemigo en el que solo cabe la adhesión o el exterminio.
El discurso sirvió porque mostró esfuerzo por entender y respetar a Cuba, vocación de cambiar la brutalidad de la beligerancia por la complejidad de la convivencia, conexión con la Cuba “cotidiana”, reconoció los valores del nacionalismo independentista cubano, la necesidad de acabar con el bloqueo/embargo; la deseabilidad de una Cuba construida con el aporte de cubanos de dentro y de afuera, la obligación de reconocer a los cubanos como los únicos responsables de su futuro.
Hay mucho aquí de novedad, e incluso de novedad radical. Ningún discurso de un presidente estadounidense sobre Cuba, desde Franklin Delano Rooselvelt en los 1930, había llegado hasta aquí.
Obama habló de sus esperanzas para Cuba. Yo tengo las mías. Mi esperanza es ver más y mejor política de Cuba hacia los cubanos: más espacio político y social para sus respectivas verdades, mentiras e interpretaciones sobre cómo democratizar la sociedad, combatiendo el racismo, y las desigualdades; sobre cómo democratizar la política, ejerciendo y codecidiendo desde la diversidad y la pluralidad; y sobre cómo democratizar la economía, diversificando sus actores, “dándole vida” a mucha más gente y poniendo como prioridad la justicia social.
Nadie debería estar a salvo de las verdades, las mentiras, las medias verdades y las interpretaciones. Ese estar “a salvo” tiene solo dos rostros: la exclusión de la política, que conduce a la impotencia de quien la sufre; o el control de la política, que conduce a la impunidad de quien la goza. La verdad no es la única opción de la política, pero luchar por más y mejor política es una opción de verdad.
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