Por Lennier López20 16-03-14, Cuba Posible
Hay dos conceptos que la sociedad cubana pervierte o, en el mejor de los casos, trueca: igualdad y equidad. El gobierno cubano muchas veces proclama la construcción de una sociedad igualitaria. Esto resulta una virtud siempre que tal igualdad se refiera al plano legal donde todo individuo debe ser igual ante la ley. Pero muchas veces el término hace alusión a toda la esfera social implicando un accionar institucional que trata a todos por igual. Y aquí yace un problema fundamental que lleva a la implementación de torpes políticas sociales.
La “libreta de abastecimiento”, aunque sirve a muchos, es muestra de una inapropiada aproximación a un problema de todas las sociedades: combatir la pobreza. Si el Estado cubano subsidia algunos productos básicos a la totalidad de los cubanos sin criterios de calificación, la implicación lógica que sigue es que, “todos los cubanos son pobres”. Y aun mas, “todos los cubanos son igual de pobres”. Ninguna de las dos afirmaciones anteriores es correcta, pero tal es la inferencia que uno puede hacer cuando ve la aplicación masiva de la política de “la libreta de los mandados”.
¿Por qué no basar las políticas de ayuda social en ingresos percibidos por cada familia? Una familia que ingrese 600 pesos cubanos no debería recibir los mismos beneficios sociales que una familia que perciba 3 mil pesos. La ineficiencia radica en que lo que es dado a unos que no lo necesitan se lo estamos quitando a los que, en cambio, sí lo necesitan. Es, en este punto, donde nuestro segundo concepto, equidad, entra a dilucidar la confusión.
A la hora de construir e implementar políticas sociales no podemos asumir de antemano que todos los cubanos son iguales, y menos aún, que todos tienen las mismas necesidades. La equidad es precisamente eso: posibilitar que cada cual tenga acceso a determinados recursos en una cantidad específica en relación con necesidades dadas.
Algunos podrían decir que las familias cubanas, en su mayoría, viven de ingresos no declarados, haciendo particularmente difícil la implementación de políticas de acuerdo a índices de ingresos. El mercado negro y la reconocida corrupción nos ponen un difícil escollo: ¿cómo podremos ser precisos a la hora de discernir quién ingresa más y quién menos?
Obviamente, la mejor respuesta sería que debemos reducir la corrupción, lo cual necesariamente conlleva a aumentar los salarios para que la gente pueda cubrir sus necesidades con sus ingresos legítimos; y así no tendríamos este problema grave de ingresos no declarados. Sin embargo, para ello resulta necesario re-estructurar las empresas cubanas y sus sistemas de control. Llevamos mucho tiempo siendo protagonistas, cómplices y víctimas de la corrupción. Pero esto es tema para muchos otros artículos.
De manera general, los sistemas de wellfare alrededor del mundo son implementados de acuerdo a los índices de pobreza de cada país. Es decir, una familia o persona califica como beneficiario/s de algún tipo de asistencia si esta/n por debajo de los índices de pobreza de la nación donde viven. Otra forma viable de re-estructurar “la libreta” pasa por cambiar el modo en que el Estado brinda el servicio público. Esto es, además de entregar una “libreta” o “bono” con valor monetario a quien la necesita, deberíamos permitir que estas personas usen este valor-dinero en los lugares que prefieran y así tendrían acceso, ya no solo a productos limitados por las “bodegas’” y “placitas”, sino a cualquier producto alimenticio disponible en el mercado.
El proceso puede parecer complejo e innecesario, pero no es así. Pensemos que una familia de cuatro personas, que vive por debajo de los índices de pobreza en Cuba, recibe 250 pesos cubanos mensuales en bonos de comida y con ello puede comprar en cualquier negocio estatal o particular los alimentos que necesite. Con esto no solo les permitimos a las personas decidir qué comer, sino que, a su vez, incentivamos a las empresas dedicadas a la venta de alimentos porque el Estado estaría inyectando dinero de forma indirecta en estos negocios.
No debemos temer a la renovación de nuestra sociedad, y con ello a repensar las políticas de servicio social que hoy tenemos. La “libreta de abastecimiento” ha servido desayunos y comidas a muchos cubanos. Pero entendiéndola como parte de nuestro sistema de wellfare no es eficiente y tampoco justa, porque parte del principio de que todos somos iguales y necesitamos lo mismo en la misma proporción. Algunos quieren eliminarla. Otros, como yo, creen que es mejor dársela únicamente a quienes la necesitan. Es sustituir la idea de igualdad por la de equidad.
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